sábado, 11 de septiembre de 2010

X - Lazhar el Bravo

Lazhar aun no se había planteado por qué los Cruzados Escarlata debían odiar a esos personajes de ojos icteríticos y mandíbula descolgada pero en los últimos días estaba encontrando razones de sobra para comenzar a sospechar de las intenciones no tan patrioticas de los renegados y a pensar en que tal vez, a esos Escarlatos les sobraban razones para odiarles.
En un principio había dejado apartados los prejuicios sobre el olor a camposanto, moho, y cosas podridas desde hace mucho tiempo, e incluso había pasado por alto la falta de cohesión de los miembros de sus cuerpos desgarbados, que a veces caían o se colocaban en ángulos imposibles, Lazhar suponía que estar muerto no era, forzosamente, una razón para ser una sabandija traicionera, y el hecho de que los Renegados hubiesen conseguido romper el control de la plaga les daba un mínimo margen para la duda. Lazhar creía que incluso los muertos pueden llegar a ser buenas personas, aunque ya no sean personas.
Podría haber pasado todas esas cuestiones por alto, no eran más que superficialidades, sin embargo, y por primera vez desde que comenzase a trabajar para otros, Lazhar se estaba planteando las órdenes que le entregaban cada mañana. En esa lista de tareas, invariablemente, aparecían como objetivo constante los Cruzados de armaduras escarlata. Si mientras recolectaba esas plantas que le levantaban ampollas, seccionaba cabezas de cadáveres andantes o les abría las glándulas venenosas a las arañas enormes de las cuevas del oeste para llevarle el veneno a los boticarios encontraba a uno de ellos, debía matarlo o tomarlo como prisionero. Podía entender el celo de los Renegados por mantener las tierras libres de enemigos, podría haberlo entendido de no sospechar lo que se hacía con los pocos prisioneros que conseguían capturar. Lazhar había escuchado gritos agónicos procedentes del sótano de la taberna. Alguna noche no le habían dejado dormir y se había asomado al salón para descubrir a los boticarios paseándose de un lado a otro, cargados con bolsas que tintineaban, rezongando por que los experimentos no estaban saliendo bien. El olor era lo de menos y Lazhar sospechaba que lo realmente podrido en ellos, era el alma.


Había estado pensando en ello durante todo el día, mientras rondaba las inmediaciones de Rémol en busca de esos gnolls apestosos que escarbaban en las tumbas. Y seguía haciéndolo cuando al fin se sentó en el salón de la taberna con el estómago rugiéndole de hambre y los brazales oxidados negándose a permanecer cerrados. El Ejecutor Zygand apenas le pagaba para costearse la comida, ya le había dejado clara su posición al respeto de sus honorarios; era un enviado de los Caballeros de Sangre y como tal, su inestimable ayuda debía ser recompensada por ellos. Lazhar sabía que eso no ocurriría, y trataba de administrar el poco dinero que recibía entre la comida y el mantenimiento de su equipo. Esa noche tendría que elegir entre cenar o llevar los brazales al herrero, por lo que intentó hacer encajar los cierres bajo la atenta mirada de la posadera. Se encontraba enzarzado en esa particular lucha con las piezas de malla cuando escuchó una voz fina, casi cantarina, frente a él.

- Buenas tardes.

Le llegó con claridad el olor fresco que desprendía la ropa pulcra del joven elfo que le miraba con ojos brillantes. Un rostro aniñado que le devolvía la sonrisa con un aire inocente. Olía a hierbas frescas y su imagen allí en medio de la mugrienta posada, rodeado de muertos, parecía una suerte de aparición. Sonrió, sinceramente animado con la idea de compartir unos instantes con un igual, con alguien que no le mirase con superioridad, asco o desprecio.

- ¿Se te ha roto la armadura?

El enorme elfo asintió, enseñándole esas ruinas que le habían vendido como brazales, que cayeron a la mesa abiertos. Sonrió de nuevo y apretó los labios cuando su estómago protestó al darse cuenta de que esta noche tocaba una visita al herrero, y no a la cocina, y poniéndole en evidencia ante el jovencito que se sentaba en la mesa frente a él, dejando el maletín que portaba sobre ella. Apartó la mirada de esos ojos de pestañas largas, azorado, y carraspeó.

- Ahí en frente hay una herrería. Los pueden arreglar. ¿Eres un guerrero?

Lazhar volvió la vista a él y asintió. Los renegados que se encontraban allí hablaban a media voz, algunos se volvían para mirarles, cuchicheando y fijando los ojos sin brillo en el muchacho del maletín y el pelo pulcramente recogido. No se había fijado antes en la palidez de ese rostro casi infantil, ni en las sombras suaves que se difuminaban bajo los ojos expresivos y húmedos, ni en lo pequeño y frágil que aparentaba ser. Bajo aquel brillo de curiosidad en los enormes ojos del elfo había una brizna de miedo y Lazhar comprendió que estaba fuera de lugar, en medio de toda aquella podredumbre y fealdad.

- ¿Cómo te llamas?.- Preguntó sin haber separado la mirada de él ni un instante. Lazhar abrió la boca y la cerro la instante, intentó gesticular y suspiró agachando las orejas y negando con la cabeza.- ¿No puedes hablar?

Normalmente las conversaciones no se prolongaban más cuando su interlocutor casual descubría que no podía hablar. Mantener un monólogo o esforzarse en descifrar lo que intentaba decir resultaba aburrido e incómodo a la mayoría, y desde que una elfa le tendiera una moneda en Entrañas mirándole con cara de pena decidió llamar la atención lo mínimo posible y ahorrarse situaciones incómodas. Respondió al elfo negando con la cabeza, esperando que parpadease sorprendido y no supiera que decir, pero lejos de eso y para su asombro, rebuscó en su maletín y le tendió una hoja de papel y un carboncillo afilado al tiempo que se presentaba.

- Yo me llamo Kalervo. Kalervo Alher Fel’anath.

Su sonrisa se ensanchó, y escribió con trazo inseguro su nombre en aquel papel.

- Lazhar. ¡Hola Lazhar! Encantado de conocerte.

Ambos sonrieron y el enorme guerrero miró el maletín que portaba Kalervo Fel’anath, preguntándose por primera vez que hacía ahí una persona tan notable como lo parecía ser el elfo, que asuntos de vital importancia le habrían traído y si el aspecto enfermizo y la tos que a veces le asaltaba era a causa del nauseabundo lugar en el que se encontraban. No necesitó hablar para que Kalervo respondiera, al menos, a algunas de las preguntas que se hacía en su fuero interno.

- Soy Magistrado de Quel’thalas. – Sonrió, y añadió casi al instante.- Y representante de héroes.

Lazhar frunció el ceño. Su estómago volvió a rugir y él volvió a carraspear, instando al silencio a la bestia a la que debió tragarse de pequeño.

-Pues verás, un representante de héroes se dedica a administrar las tareas de un héroe, que suelen ser gente muy ocupada, y a facilitarles los recursos que necesiten, como armaduras en condiciones y armas dignas de ellos.

Hablaba animadamente y el brillo en esos enormes ojos pareció intensificarse mientras le miraba. Lazhar, aunque pueda parecerlo, no es del todo tonto, y no solo escuchaba las palabras que brotaban de sus labios, leía bajo la humedad de los ojos y sin ser consciente de ello, estaba tomando una decisión, una decisión que marcaba el comienzo verdadero de su vida y que se iluminaba directamente desde su corazón. Kalervo estaba convencido de que él era un héroe, de que como tal debía hacer algo más que obedecer las órdenes de un grupo de muertos resentidos y de que con su ayuda, su pericia para la administración de los bienes y sus consejos estéticos podría lucir como tal y dedicarse a su verdadera vocación, la de héroe. Lazhar le escuchó con atención y su sonrisa sincera se vio impregnada de orgullo cuando el magistrado Kalervo Alher Fel’anath eligió un nombre digno para un héroe, como todos los héroes tenían.

- Serás Lazhar el Bravo. ¿Te gusta?

Y allí, en esa pequeña y apestosa taberna, en una aldea muerta y carente de luz, Lazhar Erien Corazón de Fuego conoció a Kalervo Fel'Anath. Y allí, rodeado de sombras y muertos que hablan, algo se avivó en el interior del guerrero, como las ascuas que dan nacimiento a los incendios.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sangre y Alabastro

Cree a Iranion como recurso para posibles enfrentamientos con el Concilio del Sol y la Guardia del Sol Naciente, pero este tipo ha pasado de ser un simple recurso a un personaje con vida propia, a pesar de que yo no contaba con que se desarrollase por estos derroteros, como dentro de poco tendrá queco propio, me he decidido a hacerle un blog a parte, y este dedicarlo exclusivamente a Lazhar. Aquí quedan las entradas antiguas y a partir de ahora iré colgando los nuevos posts de Iranion en este nuevo blog; http://sangreyalabastro.blogspot.com/

sábado, 4 de septiembre de 2010

VII Evasión

Siempre se prometía que no volvería a abusar del vino especiado y los licores en las fiestas. No le importaba acudir para contentar a su madre, estaba en edad de comenzar a pensar en su futuro, de acudir a las presentaciones en sociedad de las doncellas y disfrutar del tiempo de asueto que ofrecía la temporada primaveral. Pronto comenzarían las largas ausencias, los viajes a la isla de Quel’danas y las responsabilidades de un soldado de Quel’thalas, eso daba poco espacio a la preocupación por un futuro estable y la formación de un hogar que perpetuase la sangre de su casa. Bheril estaba más preocupado por que las piezas de su armadura lucieran bien y por mantenerse en forma, sabía que no estaba hecho para la vida de un noble… no del todo, pero aceptaba sus responsabilidades sin agobios, quejarse en su situación habría sido un insulto a Belore.

Pero no pudo evitar hacerlo al despertar con el aguijón de la resaca insertado en los sesos, como si un golpe seco entre los ojos le hubiese sacado del sueño pesado y profundo en el que se encontraba. Blasfemó y volvió a cubrirse con las sábanas húmedas, prometiéndose de nuevo no volver a probar el alcohol por refinado y caro que sea. La fiesta que cerraba la temporada primaveral siempre era la peor, y los Lamarth’dan tenían la cualidad de disponer las cosas para que desearas quedarte hasta el final con todas las consecuencias. Incluso Iranion había recuperado la sonrisa y se había pasado la noche luciendo sus encantos a su elegante manera, no entendía como podía beber y mantener la dignidad con tan insultante facilidad… tal vez tenía que ver el hecho de que lo que duraba una copa en manos de Iranion era lo que duraban tres en las suyas. Había sido una noche satisfactoria a pesar de que los compromisos sociales no les permitieran apenas dirigirse la palabra. Bheril había observado y algo en el porte de su compañero le indicaba que las cosas iban a cambiar. La prueba estaba en que no había hecho ninguna tontería.

- ¡Belore! Maldita tu presencia en los viñedos… - Volvió a blasfemar al verse de nuevo golpeado por esa sensación repentina. Levantó la cabeza y se pasó la mano por los cabellos enredados. Le dolían los músculos y no recordaba como había terminado la noche, pero eso no era nada nuevo. La nueva punzada le hizo cerrar los ojos, y escuchó un crujido como de cristal al quebrarse. Parpadeó, pensando que era imposible que ese sonido proviniera de su cabeza, y volvió la mirada a las cortinas tupidas que impedían la entrada del sol. Se levantó y descorrió los cortinajes, entrecerrando los ojos al esperar el escozor repentino del sol, pero apenas se adivinaban los velos malva del amanecer en las montañas. Bajó la mirada y arqueó las cejas al ver a una figura embozada, lanzando piedras a su ventana. Abrió y apenas pudo esquivar la piedra que iba dirigida a su ventana.

- ¡Eh! ¿Qué demonios haces?.- Iba a vestirse y a bajar para darle una paliza al gamberro cuando este dejó caer la capucha y el cabello blanco se derramó sobre sus hombros. Iranion le sonrió desde su posición. - ¿Qué…?

- Vístete y vámonos, Bheril. ¡Se acabó!

Le miró perplejo, tapándose con la cortina al darse cuenta de que había salido desnudo a la ventana. Iranion debía estar borracho.

- ¿Qué dices?. Ni siquiera ha amanecido, deberías estar durmiendo la mona.

- ¡No!. Estoy muy despierto, Bheril. Quiero que me lleves a Ventormenta. Quiero irme contigo y es lo que voy a hacer. ¡Vámonos!

Le iba a estallar la cabeza. Tenía la sensación de estar soñando. ¿Qué clase de prueba era esa?. Iranion le miraba expectante, con la sonrisa que muestran los niños cuando están a punto de salir de excursión… solo le faltaba ponerse a dar saltitos. Le miró en silencio un largo instante, sujetándose la cortina a la altura de las caderas y con la cara de alguien que acaba de ser rescatado del reino de los muertos.

- Por Belore Iranion. Es una locura, estás loco. – Y ya se estaba dando la vuelta para buscar su ropa con premura, con toda la que podía con aquella resaca infernal, sin darle tiempo a su ralentizado cerebro a pensar en lo que estaba haciendo. Él predicaba sobre la importancia de las elecciones y ser fiel al propio corazón y todo eso… pues bien, lo estaba siendo.

- ¡Tu también!

Le oyó reírse y recogió la ropa con rapidez, embutiéndose en las prendas de cuero que usaba para salir de cacería. Vació la caja donde guardaba sus ahorros en una bolsa de terciopelo raído y bajó las escaleras a toda velocidad. Sin pensar, por que Bheril no pensaba cuando había decidido algo, cuando la oportunidad le aportaba la claridad meridiana que le hacía entender en que dirección se proyectaba su corazón. Iranion le tendió las riendas de su caballo, ensillado y arreado, y se montó en el suyo de un salto ágil y rebosante de vida.

- Somos libres Bheril. Ya lo sé.

Clavó espuelas y salió al galope por delante de él. Bheril le imitó, embozándose en la capa de ante oscuro y planificando el viaje mentalmente. Más tarde descubriría que Iranion no solo había marcado las rutas, si no que traía consigo víveres de sobra para un viaje de al menos un mes. Un viaje que se extendería y pondría a prueba las habilidades de ambos como guerreros en los caminos más peligrosos pero en el que dejarían claro que dos elfos armados pueden ser más peligrosos que cualquier panda de bandidos o asaltantes de caminos, a parte de tener mucho más estilo.

VI Reflejos

Las primeras gotas de la tormenta se estrellaron contra los cristales del invernadero. Las luces difusas del jardín hacían parecer estrellas fugaces a las lágrimas de lluvia que se deslizaban sobre el techo transparente, un universo oscuro donde estallaban galaxias y se desintegraban al son de una percusión irregular. Olía a tierra mojada y al perfume condensado de un sinfín de flores exóticas, Iranion las había estado observando durante largo rato desde que huyeran del bullicio de la fiesta. Había reconocido la totalidad de las orquídeas que se cultivaban en el orquidiario, y conocía las características de muchas de las flores que estallaban por doquier en la penumbra del invernadero. Le gustaba aquel lugar, Bheril lo sabía y le dejaba deambular entre los tesoros de su padre, que vivía ajeno a las visitas de los jóvenes a su particular Edén. Siempre acababan refugiándose en ese rincón silencioso y perfumado, a veces ebrios del licor y el maná que corría en las petulantes fiestas de los Hojazul, otras veces, como esta, buscando el amparo del silencio.

- No ha sido un accidente.

La voz de Bheril se alzó sobre el susurro de la lluvia, que se estrellaba con insistencia contra el vidrio como si intentase alcanzarlos. Iranion observó en silencio las extrañas amapolas del terrario ante el que se había detenido. Parecía un espectro teñido de cian, una presencia blanca que parpadeaba cuando la luz del exterior se colaba entre el ramaje de los árboles del jardín. Apenas se movía y mantenía un brazo doblado y oculto bajo la capa de bordados plateados. Pasó una eternidad hasta que negase con la cabeza, fijando la mirada orgullosa en los cristales. Bheril había visto el maquillaje en su rostro y no necesitaba ningún signo físico para reconocer las heridas que ningún artificio pueden cubrir, no en su compañero.

- ¿Alguna vez has sentido que no existes?

Bheril arqueó las cejas, chasqueó la lengua y negó con la cabeza, acercándose al elfo y apoyando los codos en el borde de piedra del terrario. Le observó a través del difuso reflejo del cristal.

- ¿Alguna vez has sentido tú que lo haces, Iranion?

Negó con la cabeza. El destello repentino de un rayo hizo desaparecer sus rostros del cristal, el jardín se iluminó un instante y el rumor de un trueno lejano rompió la monotonía del repiqueteo de la lluvia. Bajó la mirada a las amapolas, cuyo aroma narcótico le cosquilleaba en las fosas nasales. El corazón de las Damas Carmesíes era un potente narcótico, incitaba los sueños más dulces y su beso engañoso podía hechizarte para siempre. Pensó en dormirse arropado por ese perfume, y no despertar.

- No puedo más. Esta vida no es mía…

- Pues hazla tuya. Vive tu vida de una vez.

- No puedo. No es tan…

- ¿No es tan fácil? – Bheril se volvió para mirarle, sus manos se cerraron en los brazos de Iranion, le obligó a darse la vuelta para mirarle. El elfo apretó los dientes y contuvo el quejido cuando el dolor le atenazó el brazo roto, fijó sus ojos en los de Bheril, apretando los dientes.- Es tan fácil como elegir de una vez, Iranion. Elegir mirarte en tu maldito espejo y en ninguno más… el resto no son más que quimeras.

Estaba cerrando las manos con fuerza, sabía que le hacía daño, y tenía ganas de zarandearle y gritarle. No podía soportar esa actitud, no entendía la pasividad y la aceptación de su compañero y estaba viendo un brillo peligroso en su mirada, un brillo que le asustaba. Ya le conocía y entendía más los silencios entre sus palabras que aquello que brotaba de su boca. Era capaz de rendirse, lo sabía.

- ¿No te gusta lo que ves?. Cámbialo. Mírate con sinceridad de una vez y acepta lo que deseas. Acéptalo o acepta vivir toda tu vida como un fantasma, Iranion. ¿Quieres eso?.

- Suéltame.

- ¡Despierta de una vez!.- Le zarandeó, como si así pudiera arrancarle de la pesadilla de la que se había enamorado. Pero los ojos de Iranion se cubrieron de un frío incandescente que ya conocía. Era como golpear una roca, un témpano inamovible. Le frustraba. Le soltó, y el ímpetu casi hizo caer al pálido elfo, que se agarró del terrario para no venirse abajo, apretando los dientes al morderse el gemido de dolor. – Por una vez, piensa realmente en los demás antes de hacer ninguna gilipollez. A algunos nos gusta lo que vemos.

Los pasos se alejaron. El rayo volvió a destellar, el trueno ahogó el portazo y solo quedó el susurro de la lluvia y su canción monótona. Iranion fijó la mirada en las Damas Carmesíes que parecían sonreírle con sus pistilos. Las arrancó como justo castigo a su burla y observó el reflejo desvaído de su rostro en el cristal.

-Tan fácil como elegir…

Un revuelo de pétalos salpicó el suelo de rojo cuando los pasos decididos del elfo cruzaron la estancia y la abandonaron al silencio.

jueves, 2 de septiembre de 2010

V El Jardín Desvelado

Labios abiertos… la miel se derrama por su garganta, saliva espesa que pega al paladar el sabor del aroma residual de las rosas. Liba con dedicación entre los pétalos abiertos de esa boca ávida de la que escapa el aire en un hilo entrecortado. La luna resplandece henchida, reinando en un cielo cuajado de estrellas al que ninguna nube enturbia, su luz se derrama sobre el jardín, sobre las fuentes y los canales que brillan como venas de plata, sobre los amantes que se enredan sobre la hierba y las hojas secas. De nuevo atrapado en sus velos, entre los brazos de la deidad que susurra sus misterios al firmamento. Las hebras de plata de sus cabellos son cadenas que se enredan en las muñecas del joven, el calor de su piel el refugio contra el frío exterior, su aroma la droga que le nubla la vista y le empuja a lo indecible, lo imposible… el pecado que se convierte en don entre sus brazos, el crimen transfigurándose en milagro cuando sus manos le brindan la bendición de su caricia. El aliento se condensa, el sudor resplandece como pequeños diamantes sobre las pieles de alabastro de los amantes, estatuas que cobran vida y se enredan, gimen, respiran y aman. Un espejo que se refleja a si mismo cuando fijan los ojos ardientes en los del otro, embrujándose, drenando la memoria de un mundo y un tiempo que no les pertenece ahora.

Solo la eternidad… solo la eternidad.

Apresa las delicadas manos contra la hierba. Sus velos son serpientes que reptan sobre la piel desnuda, tejen una suerte de tela de la que no desea escapar. Solo existe ella, ella y nada más, ella y sus profundidades ardientes, ella y su húmeda oscuridad, ella y su permisividad. Se hunde y vuelve a la orilla, como llevado por la marea de un mar embravecido, y en sus venas despierta el trueno lejano y sus ojos por un instante cegados por el rayo intenso ya no son capaces de observar el rostro de blancura irreal. El océano le engulle, el torbellino tira de él, le hace ascender, acelera la sangre en sus venas. Quiere hundir la lengua entre sus labios, abandonarse a la glotonería hasta que no pueda soportar más… pero sus labios no llegan a los pétalos abiertos.

Un tirón, la alarma llega antes que el dolor que lacera su cuero cabelludo. La fuerza inclemente le arranca de los brazos de su amante con violencia, le proyecta hacia el suelo. El corazón late desbocado, golpea con fuerza en los oídos y parece taponar la garganta cuando intenta respirar, el fuego nacido en la boca del estómago prende bajo la piel, no puede respirar y se siente desangrarse por dentro. Suaves pasos de hada se alejan en un revuelo de velos brillantes. Los ojos de Sahenion parecen los de un demonio. No es su padre el que vuelve a agarrarle del pelo y levantarlo sin esfuerzo, es un demonio, y por un momento es desgarradoramente consciente de que va a matarle.

-Tu… no eres mi HIJO.

El aire apenas transita a sus pulmones. Se agarra a la muñeca de su padre e intenta mirarle, hablar, aun sin argumentos para explicar lo que ha visto. La mirada carmesí de Sahenion duele más que los puñales, más que el golpe que estalla en su mejilla y le devuelve al suelo, donde sus manos solo pueden cerrarse sobre la hierba. No se defiende, tan siquiera alza el rostro cuando caen los golpes, no es peor el dolor ni el crujido de los huesos que la mirada carmesí y prendida de odio y desprecio de su padre. No es peor la sangre que le llena la boca que la vergüenza que anega sus sentidos, la rabia de no sentir el arrepentimiento que debería aflorar, la pesada pena de seguir odiándole aunque se haya descubierto como el traidor, el pecador.

- ¡Eres miserable e indigno de la sangre que corre por tus venas!.- Cerrar los ojos, morderse el nudo en la garganta. Ojalá no dure demasiado.- ¿Cómo has podido hacernos esto? ¿CÓMO?. No eres mi hijo.

Es una pesadilla. Sahenion no debía volver hasta meses después… no está aquí, es una mentira, una pesadilla terrible de la que debe despertar. Pero el dolor es real, la humedad de la hierba le moja el rostro cuando cae, incapaz de aguantar. La sangre salpica las flores, magnolias blancas que se tiñen de carmín. Y el hada que ha huido ya no canta, aunque tiene su voz resonando en los oídos.

Solo la eternidad…

- No hablarás a nadie de esto. Voy a mandarte con las divisiones que parten hacia Ventormenta. No mereces pisar la tierra que te vio nacer, ni siquiera debiste nacer. Levántate y desaparece. – Duele, como el infierno, como hundirse en el magma. - ¡Desaparece!

Como desintegrarse…

miércoles, 11 de agosto de 2010

Carta a Bheril

A Bheril Hojazul. Calle de los Sauces; Brisa Dorada


Estimado compañero:

Me ha sido difícil reunirme contigo tras la graduación como te prometí. Lord Sahenion consideró necesario que le acompañase en su último viaje a reinos humanos, para que tomase contacto con su rudimentaria cultura y costumbres. Ha sido largo para mi gusto y hubiese preferido contar con otras compañías aunque la estancia en Ventormenta haya paliado en parte ese detalle. He podido ver con mis propios ojos todo aquello de lo que me has hablado en Quel’danas, la ciudad es un hervidero de actividad, he llegado a oír a varios trobadores en una sola plaza luchando por la atención de sus conciudadanos, a los venteros ofreciendo sus mercancías a viva voz y a las mozas mostrando sus atributos generosos a los viandantes como si fueran un producto más de esa feria apasionada, sonriendo con una falta total de pudor o recato. Las gentes van de acá para allá como si el tiempo nunca fuera suficiente para terminar con sus tareas, parlotean y llenan el aire de extraños aromas. El olor de la ciudad es una amalgama de hedores y perfumes que acaban por saturarte la nariz, los canales apestan como si en ellos fueran a morir todos los deshechos de la ciudad y me temo que es así aunque no me atreví a analizar las peculiaridades de las cosas que flotaban entre las barcazas. No he podido explorar los rincones que me hubiese gustado admirar, ni las costumbres que realmente me interesan, el orden del día resultaba invariable viajando con Sahenion, se puede resumir en ir de una reunión a otra escuchando los desabridos discursos de políticos y diplomáticos en salones de piedra mal tallada y con excesivo olor a humedad. Lo cierto es que acabé echando de menos el relativo silencio de las calles Lunargentinas, las fuentes limpias y los días despejados aunque el bullicioso estilo de vida de los humanos me haya resultado excitante.

No quiero aburrirte y no hay nada nuevo sobre Ventormenta que pueda contarte a ti, no estoy escribiéndote para eso. En la isla se me daba mejor escribirte, no hacían falta muchas palabras para que entendieras nada, siempre has tenido esa detestable facultad de captar lo que quiero decir aunque mantenga la boca tercamente cerrada, es algo que siempre me ha irritado pero que de alguna manera me ha puesto las cosas fáciles. He comenzado a escribir con la clara intención de agradecerte la ayuda prestada, tu te has esforzado y yo he acabado por alcanzar la graduación vivo y con honores, no es el hecho de haberla alcanzado lo que merece mi agradecimiento, si no el hecho de haber convertido ese infierno que comenzó siendo la isla para mi en un lugar mucho más acogedor. Tu instrucción es lo único válido y útil que voy a sacar de ese lugar, aunque ahora pueda aspirar a vestir el tabardo de los Hojalba y tomar sus responsabilidades. No puedo engañarme a mi mismo ni a los que me rodean sobre lo que siento al respecto del destino que me espera, durante un tiempo me esforcé en pensar en que las cosas cambiarían al volver, en que mi hogar se parecería más a un hogar que a una prisión, e incluso llegué a soñar que se me dirigía una mirada de orgullo. Me siento orgulloso de haberme superado, es algo que tu me enseñaste, a sentirme orgulloso de lo que soy capaz de hacer incluso cuando no he elegido el camino, por que he elegido la manera de andarlo y lo he hecho con la cabeza alta. Pero es hiriente e insultante que tu propia sangre no pueda ver el sacrificio que has hecho por parecer más digno a sus ojos. Sahenion seguía mirándome con decepción incluso en la ceremonia de graduación, viendo a su hijo donde quería verle y como quería verle. Su tono sigue siendo tan árido como siempre, aunque apenas discutamos ahora. Sé que no soy lo que esperaba que fuera por que no he elegido libremente lo que deseaba que eligiese. Si lo pienso detenidamente no veo ningún sentido en todo lo que he tenido que luchar por salir adelante en Quel’danas… ¿Me estoy traicionando a mi mismo intentando ser quien él quiere que sea?, ¿Es que acaso tengo otra elección?. A veces creo que he nacido en el lugar equivocado. Tu lo dijiste, vamos a tener que comer muchos ascos en nuestra vida y sospecho que mi vida al completo va a ser un asco.

Voy a arrepentirme de mandarte esto en cuanto lo tire en el buzón, pero no puedo hacer que adivines qué me ocurre a distancia para sentirme consolado, así que me daré prisa en bajar a la calle. Nos vemos en la próxima fiesta de primavera.

Iranion Lamarth’dan

viernes, 4 de junio de 2010

IV - Bheril Hojazul (II)

El oleaje había depositado sobre la arena blanca un tapiz de algas que dibujaban el movimiento del agua sobre la costa. El viento soplaba desde el sur, las aguas del mar del norte lo enfriaban y besaban el rostro en una sensación de contraste con el ambiente cálido y húmedo que imponían los hechizos sobre la isla. Bheril tomó aire con fuerza, llenándose los pulmones de aquel aire auténtico, sustituyendo al que se le antojaba viciado y antinatural. El murmullo de unas botas hundiéndose en la arena le hizo volverse, y la imagen del iniciado Lamarth’dan le despertó una genuina sonrisa, a pesar de su aspecto deplorable.

- Acepto.

Fue el escueto saludo, con la voz ronca y un aire de digna aceptación. Bheril asintió. Sabía como se había hecho aquel terrible cardenal en el pómulo, que golpe exacto le había partido los labios, y que fallo en la esquiva le hacía encorvarse ahora con el dolor de un fuerte golpe en las costillas. Tenía todo el aspecto de haber sido asaltado y tirado en una cuneta, aunque lucía el pelo bien peinado y amarrado en la nuca y esa expresión orgullosa que ni los golpes borraban.

- Descansa un poco, eso también ayuda.

Se quedó de pie tras él. Bheril volvió la vista hacia las aguas oscuras, los dracohalcones de los Hojalba pasaron rozando las olas, a toda velocidad.

- Has estado esperándome, no quiero perder más tiempo.

- No te estaba esperando.- Bheril rió, y si le hubiera mirado en ese momento habría visto las mejillas de Iranion encenderse.- Vengo aquí siempre, después de la comida. Es un buen sitio para meditar.

Iranion le observó, de pie tras él, respirando lentamente para no despertar más punzadas de dolor. La rabia ya había dejado paso al sabor amargo de la derrota, sus contrincantes se encontraban en el mismo grado que él, había entrenado tan duro como todos, se creía capacitado para superar un combate serio y tras caer ante el primero de sus contrincantes todo pareció ir a peor. Había sido un completo desastre.

- Siéntate, anda. – Bheril palmeó la arena a su lado. No tenía ni un rasguño, era de los más avanzados de aquella promoción, aparentaba más edad de la que tenía y sus brazos eran el doble que los de Iranion. Cuando se sentó a su lado, mirándole de reojo, sintió una punzada de envidia.- Duermes poco y comes aun menos.

- ¿Piensas entrenarme o convertirte en mi madre?.

- Algo me dice que has sobrevivido hasta ahora gracias a ella. – Volvió a reírse. Iranion apretó los dientes mientras volvía a sentir la sangre agolpándose en sus mejillas.- Quiero ayudarte a que puedas hacerlo solo.

-Puedo hacerlo perfectamente, que no sepa manejar una espada no significa nada.

- Significa muchas cosas, en realidad. Pero eso no importa, lo que importa es que estás aquí y para sobrevivir debes aprender. No todo está en la práctica, si no eres capaz de levantar una espada en condiciones no podrás superar ni una sola de las pruebas.

Iranion le miró de soslayo. El hijo de los Hojazul nunca había tenido interés alguno para él. Su actitud le había parecido siempre vulgar en las fiestas de primavera, la tez tostada y la completa falta de etiqueta a la hora de vestirse le convertían en alguien indigno de la menor atención, no parecía haber sido así a la inversa. Bheril parecía haberse fijado mucho en lo que el hijo mayor de los Lamarth’dan hacía o dejaba de hacer.

- No me gusta la comida del cuartel.

- No hay otra.

- Es un asco.

- Vamos a tener que comer muchos ascos en la vida. Ya no somos niños, por eso estamos aquí.

- Yo estoy aquí por que me han obligado.

- Eso también significa muchas cosas. – Sonrió. Iranion volvió a tener ganas de abofetearle.

- Oh… Belore… eres un listillo insoportable.

Intentó levantarse antes de que sonaran las campanas que anunciaban la vuelta al entrenamiento. Se le escapó un quejido seco cuando sus costillas se resintieron del golpe. Bheril extendió la mano para ayudarle, recibió un golpe que la apartó antes de que Iranion se pusiera en pie a duras penas.

Si no le hubiese dolido todo el cuerpo le habría golpeado cuando su risa volvió a resonar en el aire.