miércoles, 27 de enero de 2010

VII A Salvo

- Si es sacerdote nunca ha estudiado en este templo.

Murmuró la elfa, observando el rosario que pendía del cuello del elfo inconsciente. Lo habían traído esa misma tarde al templo, para que intentasen sanar la herida que parecía cangrenarse en el costado del pelirrojo e intentasen rehabilitarlo. Belestra se había sobresaltado al ver llegar al draenei que acompañaba a un elfo con el tabardo del Sol Devastado. Se limitaron a indicar que era un prisionero rescatado de la isla de Quel’danas, y que volverían a indagar sobre él cuando hubiese mejorado su estado. La sacerdotisa desconfió un poco, pero al ver el estado del prisionero se tranquilizó, no tenía nada que temer de un elfo desnutrido y cuya tonificación muscular no le permitiría apenas mantenerse en pie.

- Vuelve a limpiar la herida y renueva el emplasto.- Indicó a la iniciada que se inclinaba sobre el herido, con un breve ademán de sus manos. La muchacha ya estaba cortando las vendas cuando escucharon el tintineo de las armas y los escudos que las hizo volverse con cierto sobresalto. Lord Solanar no solía dejarse ver demasiado por allí, pero allí estaba bajo el dintel de la puerta, flanqueado por dos guardias de mirada tan severa como la suya.

- Hemos venido a por el prisionero de Quel’danas. Es jurisdicción de los Caballeros de Sangre. Nos haremos cargo de él.

Las sacerdotisas se apartaron del cuerpo inconsciente. La aparición del caballero había causado cierto revuelo entre los adeptos y Belestra tuvo que poner orden antes de responderle.

- Se…señor, no queremos inmiscuirnos en los asuntos de los Caballeros, pero tal vez sería conveniente que permaneciese aquí hasta recuperarse. Está herido de gravedad y parec…

- Nadie os ha pedido opinión. – Replicó cortante, haciendo un gesto a los guardias que se acercaron al elfo convaleciente y lo cargaron en una de las camillas de tela que los sacerdotes habían dispuesto.

Belestra se llevó la mano al pecho y suspiró al verles partir de nuevo. Nadie en la ciudad vivía ajeno a la conmoción entre las filas de los Caballeros de Sangre, y sus acciones desde el ataque de los Sangrevil estaban siendo contundentes como nunca. Había habido ejecuciones, escarnios públicos y un aumento de la vigilancia sobre el pueblo en busca de posibles traidores. Por eso se sintió aliviada al perderles de vista, y aunque se compadecía de aquel elfo del rosario no podía más que dar gracias a la Luz por que aquel problema no quedase ya en sus manos.


Solanar no era conocido por tener una paciencia excepcional. Nada más dejar al elfo inconsciente en uno de los camastros del cuartel, mandó llamar a un sanador para que se pusiera a trabajar en la recuperación de aquel elfo de pelo rojo. Le necesitaba consciente y bien despierto y Leriel había demostrado ser muy efectiva en la reanimación en el campo de batalla. Cuando llegó, se inclinó ante su superior e inspeccionó al herido, abriendo las vendas y examinándole de arriba abajo, en un silencio que siempre conseguía sacar de sus casillas a Solanar.
- Reanímalo.

- Señor. Si lo que desea es interrogar a este elfo debería saber que la lengua le ha sido amputada y que no solo la herida es difícil de curar si no que seguramente sea incapaz incluso de escribir para responder sus preguntas.

La mirada del Lord hizo que la elfa tragase saliva al volverse hacia el herido y colocarle una mano en la frente y otra en el pecho. No necesitaba más para saber lo que quería su superior, y ella no iba a ser la que le contradijese, así que dejo fluir la luz, en una descarga moderada que hizo tensar los músculos al cuerpo inconsciente. El elfo abrió los ojos, y estos se fijaron, confusos, en la elfa que le reclamaba de nuevo a la vigilia y que seguía canalizando la luz para evitarle los dolores que debían aquejarle.

- ¿Es usted Lazhar Erien Corazón de Fuego?

Los ojos del pelirrojo se volvieron hacia el elfo embutido en la armadura roja y el corazón debió acelerársele en el pecho de pura dicha al reconocer al Lord de Sangre. No podía apenas moverse, pero fue capaz de asentir y resollar antes de sonreír débilmente.

- Antiguo Guardia de Lunargenta y Guardia real destinado a Quel’Danas hace dos años. Hermano de Selin Corazón de Fuego, acusado de conspiración y traición contra el pueblo Thalassiano.

La voz del elfo se diluyó en ecos extraños para Lazhar. El contacto de la elfa había dejado de producirse, y sentía el cuerpo como si fuera del más rígido y pesado torio que pudiera encontrarse. El primer pinchazo de dolor se lo llevo por delante, convirtiendo en murmullos difusos la discusión que se desencadenaba a su lado en la que la potente voz del Lord Solanar tronaba con contundencia.

- No vuelva a contradecir mis órdenes. Vigile esa herida y encárguese de que se estabilice con la mayor premura, Leriel, o será enviada al baluarte para que aprovechen mejor sus capacidades en el frente. ¿Ha entendido?.

La elfa asintió, mordiéndose la lengua y maldiciendo para sus adentros. Se volvió hacia el antiguo Guardia y comenzó a limpiar la oscurecida herida, segura de que moriría en el transcurso de esa noche si no conseguía bajar esa tremenda infección y limpiar el líquido verdoso que supuraba de ella.

VI El Guardian del Palacio del Sol

Escuchaba los golpes desde la cámara. Ecos como truenos de una tormenta cercana, ahogando los sonidos de las explosiones que llegaban desde el puerto. Selin pisaba con fuerza mientras caminaba de un lado a otro de la estancia en penumbra, hacia reverberar sus pasos con fuerza para no tener que oír el rumor de la batalla. Hacía semanas que disfrutaba de su nueva posición en el palacio del Pastor, hacía semanas que se hundía en la complacencia y el abandono a su hambre con las fuentes que le habían proporcionado sus superiores. Las piedras que se encontraban suspendidas en la sala no dejaban de brotar la energía caótica que necesitaba, derramaban sobre él más de la que necesitaba, más de la que podía consumir… y le encantaba, se refocilaba en ello. Había llegado a olvidar la situación que le envolvía, el hecho de que la guerra había estallado en la hasta ahora apacible isla, de que tarde o temprano asaltarían las puertas del palacio del sol y romperían la tranquilidad con las arengas y los gritos y el ansia de venganza. Y fue esa tarde, cuando al fin comenzó a quebrarse su esfera de ensueño narcótico cuando la voz a la que siempre intentaba ahogar comenzó a recordarle las cosas.

- Te han traído junto con los desdichados, junto con los perdidos, te han traído para que te consumas sin dar problemas, para que se entretengan contigo y tus hombres mientras los que realmente valen hacen su trabajo. Tu espada ya no vale, ni siquiera el Príncipe vale… no sois más que sombras de lo que fuisteis.

- Me han traído a proteger al Pastor. Al Caminante del Sol, al Salvador de nuestra raza. Él me ha otorgado el don de la fuerza, la inmortalidad. Soy invulnerable.

- Te han traído a morir como al ganado. Eres una pieza usada y desechada. ¿No sientes como te consume?

Bajó la mirada a las manos quebradas, los surcos brillaban como el jade encendido, sentía fluir la sangre como lava espesa, ardiendo en su interior, inflamándole. Su risa resonó por toda la sala, desquiciada mientras cerraba los dedos en sus propios cabellos, el aire a su alrededor crepitaba, temblaba.

- Soy invulnerable. Soy el protector.

- No lo eres. Estás solo. Vas a morir solo. Lo has vendido todo por un espejismo. ¿Los oyes?. Vienen a por ti… no van a perdonarte, nadie va a perdonarte.

El puño del elfo se estrelló contra una de las piedras, la energía restalló y se coló hacia sus venas con demasiada naturalidad. La sangre que manaba de las heridas abiertas por los cristales se encendía, y goteaba como pequeñas llamas verdes que se apagaban en el suelo, siseando. Se dejó caer de rodillas, extendiendo las pequeñas y oscuras alas a sus espaldas, observando las heridas que durante tanto tiempo estuvo infligiéndose a si mismo. En la sala no había nadie más, nadie más que el y su voz deslizándose con un eco roto, respondiéndose a si misma.

- No necesito el perdón.

Alzó los ojos encendidos cuando el sonido de pasos metálicos irrumpió en la sala. En su rostro se dibujó una sonrisa al ponerse en pie, el aire se inflamaba a su alrededor con lenguas de fuego vil cuando un par de arcos se tensaron y le apuntaron desde la entrada. Un draenei encabezaba el grupo, varios elfos fijaban la mirada tensa e iracunda en él. Y la energía le colmó de nuevo, estallando con furia.

- ¡SOY UN DIOS!

Pronto cayeron sobre él, la Luz destelló y mordió la carne con más fuerza que el acero y las flechas. Los primeros hombres del Sol Devastado que pisaban su hogar cayeron pronto ante él y sus hombres, ante la fuerza sobrehumana que le otorgaba su alimento. Una parte de si lo creía, confiaba en prevalecer y alzarse como un verdadero dios… otra parte, más escondida, odiada y ahogada, seguía deseando que fuera su hermano el próximo en adentrarse en su reino, agarrarle de la mano y sacarle de allí… como siempre había sido.

lunes, 4 de enero de 2010

V Terminará. Volverá a comenzar.

Las cuentas del rosario prendido en la muñeca del sacerdote tintineaban con cada gesto, devolvían la luz del candil potenciada por los destellos del cristal, parecía atesorar luz propia en el interior de cada pequeña esfera, era el reflejo más potente de luz que había visto en mucho tiempo, con el color que recordaba debía tener el sol, dorado, brillante. No sabía si volvería a verlo, si respiraría algo más que el aire viciado de aquella celda que olía a humedad, si los rayos cálidos entre el ramaje de Canción Eterna no volverían a salir de su memoria, pero no había perdido la esperanza… a pesar de las cadenas y la mordedura dolorosa y envenenada de la daga de su hermano. La luz que invocaba el sacerdote sanaba las heridas, y volvía a cerrar aquel estigma que ardía en las entrañas, aquel elfo que limpiaba las heridas y las impurezas en su piel siempre había permanecido en silencio, con el rostro aniñado ensombrecido y el pelo del color de la perla oculto bajo el embozo, formaba parte de su vida y agradecía su presencia cada vez que el cerrojo se descorría y el rosario destellaba en su muñeca. No necesitaba palabras, la caricia de la luz le consolaba, devolvía la esperanza a su corazón y avivaba el fuego que permanecía prendido en su espíritu, nada tenía que reprocharle a aquellas manos que velaban por él, que volcaban su piedad sobre su cuerpo maltrecho, por que en esas manos había piedad, y en esos ojos resplandecía la luz como en las cuentas del rosario. Un día, mientras limpiaba la piel de su rostro con el lienzo humedecido, los labios del sacerdote se entreabrieron y escuchó una voz distinta a la de su hermano en mucho tiempo, un susurro de tintes musicales, una voz que era como un arroyo de agua limpia en un bosque silencioso:

- Las naves han atracado en el puerto. Los nuevos estandartes ondean allí… son elfos y draeneis, bendecidos por el mismo A’dal.

Levantó la cabeza para fijar los ojos en aquella mirada que le sonreía mientras deslizaba el suave lienzo sobre su rostro. Le estaba hablando, no lo había imaginado, no eran los ecos extraños de campanillas ni el susurro de aquel llanto amargo, era una voz tangible, que se colaba en sus oídos y despertaba una sonrisa en sus labios cuarteados.

- El portal ha sido abierto… es cuestión de días, los refuerzos se cuentan por miles, llegan desde Kalimdor y los Reinos del Este, llegan desde todo Azeroth respondiendo a la llamada del Sol Devastado. Sus rayos pronto se abrirán paso a través de las nubes.

Eran sus manos frescas las que acariciaban su frente, el brillo en los ojos del joven elfo se volvió acuoso al quedar en silencio, su mirada era un reducto de pureza en aquel pozo envilecido, su presencia un punto de luz demasiado evidente entre tanta tiniebla. Lazhar no era capaz de entender la razón de su presencia, pero no necesitaba hacerlo, solo creer fervientemente en sus palabras, agarrarse a ellas y refugiarse como si de un escudo se tratasen.

- Hasta su llegada… debes aguantar. – Susurró con voz queda mientras las lágrimas, lentas y cristalinas, se deslizaban en las mejillas blancas.- La Luz está contigo… pídele que te proteja… pídele que te sane, no permitas que el veneno se extienda hacia tu alma y ella te ayudará, ella es tu voluntad… tu eres su voluntad. Resiste, guerrero.

Deslizó las manos sobre su cabeza, dejando caer el rosario que tintineó al prenderse en el cuello del prisionero, su mirada ardía de determinación al posarla en el joven sacerdote, no necesitaba otro gesto, otra palabra, que aquella promesa refulgente en el fondo de sus ojos, aguantaría, por que entendía lo que estaba sucediendo, por que sabía que no volvería a ver aquellos ojos… y ambos conocían bien el significado del sacrificio.

Terminará… volverá a comenzar. Pronto.

Aun sentía la huella de los cálidos labios en su frente cuando la puerta de metal se cerró, volviéndole a sumir en las tinieblas, pero la llama que se había prendido ya no podía ahogarse por profundas que estas fueran, el corazón que latía con fuerza no podría acallarse por intenso que fuera su silencio. Una de las enseñanzas de la Luz es la paciencia… y Lazhar, sin saberlo, se iniciaba en sus misterios en uno de los lugares que más carecía de ella, en el seno del sufrimiento, el útero extraño que conformaba aquella celda en la que estaba creciendo de nuevo.

domingo, 3 de enero de 2010

IV Hermanos para siempre

Había hecho bien su trabajo. El Pastor había demostrado su agradecimiento tras el ataque a Lunargenta. Todo fue a pedir de boca, cuando la caravana que transportaba al príncipe cruzó las puertas de la ciudad sus habitantes se echaron a las calles que pronto vibraron en vítores y alabanzas. Reconocían el carruaje del Pastor, tirado por dos halcones ricamente adornados y vestidos con la insignia de la familia real. Fue fácil cruzar la ciudad cobijados bajo hechizos y los almófares que les cubrían el rostro. Cuando la caravana se detuvo ante el cuartel de los Caballeros de Sangre Lady Liadrin ya esperaba al aclamado Príncipe y en su rostro se leía la misma ansiedad de todo el pueblo por las nuevas, vivían de sus esperanzas y su fe en él, pero bien sabía Selin, que flanqueaba a la figura embozada del Caminante del Sol, que no entenderían sus acciones… que la única manera de llevarse lo que necesitaban era a través de la fuerza y por eso el Pastor les eligió a ellos. Solo necesitó una mirada de su Majestad para dejar caer el almófar y desenfundar las armas, todos ellos lo hicieron al unísono cuando llegaron a la sala del naaru y cerraron filas en torno al príncipe, fueron rápidos, precisos y actuaban con el factor sorpresa en su beneficio, los Caballeros no podían dar crédito al caos que se estaba desatando a su alrededor, nada pudieron hacer cuando el príncipe tejió su hechizo atrapando al naaru y solo pudieron hundirse en su rabia cuando los rituales de invocación comenzaron a tirar de aquellos demonios que en su día debieron haber sido sus hermanos.

Lunargenta gritaba de ira y ansia de venganza y en la isla un naaru se debatía en su prisión de magia, cantando una canción teñida de amargura, su Luz se apagaba… se convertía en otra cosa. Y Selin, aquel que comandó la pequeña hueste de elfos astados disfrutaba de su nueva posición como protector del Príncipe y su palacio, paladeando las mieles de una recompensa envenenada que a él se le antojaba el culmen de sus deseos. Podía tomar cuanto desease de los inagotables cristales que habían dispuesto en su cámara, podía ahogarse en el poder tanto como quisiera, pues siempre había más… le habían vuelto inmortal, le habían concedido la invulnerabilidad de un dios y como un dios pasaba las horas disponiendo a sus esbirros y esperando el inminente incordio de los mortales que nada saben y nada entienden para despacharlos sin piedad alguna.

Selin había pensado poco en su hermano en esos días, solo mientras peleaba, mientras los filos de las espadas se cernían amenazantes sobre él, dedicó un recuerdo esquivo a Lazhar, ahogó un deseo sincero de verle a su lado, luchando por lo que creía, como siempre había sido, codo con codo. Por que los caminos del recuerdo eran tortuosos para Selin, que aun podía sentir que el corazón le latía, a veces con atronadora intensidad, y sabía en que dirección fluía ese río y cuan amargas se volvían sus aguas cuando se perdían en las orillas del pasado. Aunque pensase poco en él, era la espina que aun volvía doloroso el latido de un corazón cristalizado, su presencia como un faro lejano le hacía desesperar a veces… y no quería recordar. Selin era un dios, sentado en un trono de seda , oro y poder, y ahora podía hacer lo que se le antojase, podía disponer de quien quisiera, podía decidir sobre el destino de aquellos que ocupaban los escalones bajo sus pies… y lo haría, convertiría en triunfo su única derrota en la vida.

Y fue con este pensamiento con el que volvió a hundirse en las entrañas de la isla, con su paso firme y sus ojos de jade líquido. La mirada cuasi apagada de su hermano volvió a clavarse como un puñal, y algo en él se estremeció de miedo y repugnancia en su presencia, ante la figura derrotada del elfo, ante el cuerpo escuálido y débil, por un instante, volvió a sentirse pequeño e indefenso, volvió a sentir la necesidad imperiosa de tenerle al lado y refugiarse en su abrazo… y le odió tanto que deseó su muerte. Le pareció oír su nombre cuando la pequeña daga se clavó en el costado del prisionero, le pareció que su presencia le hacía arder por dentro cuando la arrancó de la carne caliente y la hoja de jade resplandeciente se vio veteada de la sangre carmesí:

- Es cuestión de tiempo hasta que supliques por ello....- Murmuró, lamiendo el puñal antes de enfundarlo. – Hermanos para siempre… Lazhar.