sábado, 11 de septiembre de 2010

X - Lazhar el Bravo

Lazhar aun no se había planteado por qué los Cruzados Escarlata debían odiar a esos personajes de ojos icteríticos y mandíbula descolgada pero en los últimos días estaba encontrando razones de sobra para comenzar a sospechar de las intenciones no tan patrioticas de los renegados y a pensar en que tal vez, a esos Escarlatos les sobraban razones para odiarles.
En un principio había dejado apartados los prejuicios sobre el olor a camposanto, moho, y cosas podridas desde hace mucho tiempo, e incluso había pasado por alto la falta de cohesión de los miembros de sus cuerpos desgarbados, que a veces caían o se colocaban en ángulos imposibles, Lazhar suponía que estar muerto no era, forzosamente, una razón para ser una sabandija traicionera, y el hecho de que los Renegados hubiesen conseguido romper el control de la plaga les daba un mínimo margen para la duda. Lazhar creía que incluso los muertos pueden llegar a ser buenas personas, aunque ya no sean personas.
Podría haber pasado todas esas cuestiones por alto, no eran más que superficialidades, sin embargo, y por primera vez desde que comenzase a trabajar para otros, Lazhar se estaba planteando las órdenes que le entregaban cada mañana. En esa lista de tareas, invariablemente, aparecían como objetivo constante los Cruzados de armaduras escarlata. Si mientras recolectaba esas plantas que le levantaban ampollas, seccionaba cabezas de cadáveres andantes o les abría las glándulas venenosas a las arañas enormes de las cuevas del oeste para llevarle el veneno a los boticarios encontraba a uno de ellos, debía matarlo o tomarlo como prisionero. Podía entender el celo de los Renegados por mantener las tierras libres de enemigos, podría haberlo entendido de no sospechar lo que se hacía con los pocos prisioneros que conseguían capturar. Lazhar había escuchado gritos agónicos procedentes del sótano de la taberna. Alguna noche no le habían dejado dormir y se había asomado al salón para descubrir a los boticarios paseándose de un lado a otro, cargados con bolsas que tintineaban, rezongando por que los experimentos no estaban saliendo bien. El olor era lo de menos y Lazhar sospechaba que lo realmente podrido en ellos, era el alma.


Había estado pensando en ello durante todo el día, mientras rondaba las inmediaciones de Rémol en busca de esos gnolls apestosos que escarbaban en las tumbas. Y seguía haciéndolo cuando al fin se sentó en el salón de la taberna con el estómago rugiéndole de hambre y los brazales oxidados negándose a permanecer cerrados. El Ejecutor Zygand apenas le pagaba para costearse la comida, ya le había dejado clara su posición al respeto de sus honorarios; era un enviado de los Caballeros de Sangre y como tal, su inestimable ayuda debía ser recompensada por ellos. Lazhar sabía que eso no ocurriría, y trataba de administrar el poco dinero que recibía entre la comida y el mantenimiento de su equipo. Esa noche tendría que elegir entre cenar o llevar los brazales al herrero, por lo que intentó hacer encajar los cierres bajo la atenta mirada de la posadera. Se encontraba enzarzado en esa particular lucha con las piezas de malla cuando escuchó una voz fina, casi cantarina, frente a él.

- Buenas tardes.

Le llegó con claridad el olor fresco que desprendía la ropa pulcra del joven elfo que le miraba con ojos brillantes. Un rostro aniñado que le devolvía la sonrisa con un aire inocente. Olía a hierbas frescas y su imagen allí en medio de la mugrienta posada, rodeado de muertos, parecía una suerte de aparición. Sonrió, sinceramente animado con la idea de compartir unos instantes con un igual, con alguien que no le mirase con superioridad, asco o desprecio.

- ¿Se te ha roto la armadura?

El enorme elfo asintió, enseñándole esas ruinas que le habían vendido como brazales, que cayeron a la mesa abiertos. Sonrió de nuevo y apretó los labios cuando su estómago protestó al darse cuenta de que esta noche tocaba una visita al herrero, y no a la cocina, y poniéndole en evidencia ante el jovencito que se sentaba en la mesa frente a él, dejando el maletín que portaba sobre ella. Apartó la mirada de esos ojos de pestañas largas, azorado, y carraspeó.

- Ahí en frente hay una herrería. Los pueden arreglar. ¿Eres un guerrero?

Lazhar volvió la vista a él y asintió. Los renegados que se encontraban allí hablaban a media voz, algunos se volvían para mirarles, cuchicheando y fijando los ojos sin brillo en el muchacho del maletín y el pelo pulcramente recogido. No se había fijado antes en la palidez de ese rostro casi infantil, ni en las sombras suaves que se difuminaban bajo los ojos expresivos y húmedos, ni en lo pequeño y frágil que aparentaba ser. Bajo aquel brillo de curiosidad en los enormes ojos del elfo había una brizna de miedo y Lazhar comprendió que estaba fuera de lugar, en medio de toda aquella podredumbre y fealdad.

- ¿Cómo te llamas?.- Preguntó sin haber separado la mirada de él ni un instante. Lazhar abrió la boca y la cerro la instante, intentó gesticular y suspiró agachando las orejas y negando con la cabeza.- ¿No puedes hablar?

Normalmente las conversaciones no se prolongaban más cuando su interlocutor casual descubría que no podía hablar. Mantener un monólogo o esforzarse en descifrar lo que intentaba decir resultaba aburrido e incómodo a la mayoría, y desde que una elfa le tendiera una moneda en Entrañas mirándole con cara de pena decidió llamar la atención lo mínimo posible y ahorrarse situaciones incómodas. Respondió al elfo negando con la cabeza, esperando que parpadease sorprendido y no supiera que decir, pero lejos de eso y para su asombro, rebuscó en su maletín y le tendió una hoja de papel y un carboncillo afilado al tiempo que se presentaba.

- Yo me llamo Kalervo. Kalervo Alher Fel’anath.

Su sonrisa se ensanchó, y escribió con trazo inseguro su nombre en aquel papel.

- Lazhar. ¡Hola Lazhar! Encantado de conocerte.

Ambos sonrieron y el enorme guerrero miró el maletín que portaba Kalervo Fel’anath, preguntándose por primera vez que hacía ahí una persona tan notable como lo parecía ser el elfo, que asuntos de vital importancia le habrían traído y si el aspecto enfermizo y la tos que a veces le asaltaba era a causa del nauseabundo lugar en el que se encontraban. No necesitó hablar para que Kalervo respondiera, al menos, a algunas de las preguntas que se hacía en su fuero interno.

- Soy Magistrado de Quel’thalas. – Sonrió, y añadió casi al instante.- Y representante de héroes.

Lazhar frunció el ceño. Su estómago volvió a rugir y él volvió a carraspear, instando al silencio a la bestia a la que debió tragarse de pequeño.

-Pues verás, un representante de héroes se dedica a administrar las tareas de un héroe, que suelen ser gente muy ocupada, y a facilitarles los recursos que necesiten, como armaduras en condiciones y armas dignas de ellos.

Hablaba animadamente y el brillo en esos enormes ojos pareció intensificarse mientras le miraba. Lazhar, aunque pueda parecerlo, no es del todo tonto, y no solo escuchaba las palabras que brotaban de sus labios, leía bajo la humedad de los ojos y sin ser consciente de ello, estaba tomando una decisión, una decisión que marcaba el comienzo verdadero de su vida y que se iluminaba directamente desde su corazón. Kalervo estaba convencido de que él era un héroe, de que como tal debía hacer algo más que obedecer las órdenes de un grupo de muertos resentidos y de que con su ayuda, su pericia para la administración de los bienes y sus consejos estéticos podría lucir como tal y dedicarse a su verdadera vocación, la de héroe. Lazhar le escuchó con atención y su sonrisa sincera se vio impregnada de orgullo cuando el magistrado Kalervo Alher Fel’anath eligió un nombre digno para un héroe, como todos los héroes tenían.

- Serás Lazhar el Bravo. ¿Te gusta?

Y allí, en esa pequeña y apestosa taberna, en una aldea muerta y carente de luz, Lazhar Erien Corazón de Fuego conoció a Kalervo Fel'Anath. Y allí, rodeado de sombras y muertos que hablan, algo se avivó en el interior del guerrero, como las ascuas que dan nacimiento a los incendios.

1 comentarios:

Unknown dijo...

"Lazhar, aunque pueda parecerlo, no es del todo tonto, y no solo escuchaba las palabras que brotaban de sus labios, leía bajo la humedad de los ojos" Pobre Lazhar, si de tonto no tiene un pelo el pelirrojazo.

Que bonito lo has contado. Te ha quedado muy bien, muy ligero, como una florecita sencilla y preciosa :D

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