Los ojos de resplandor enfermizo del Ejecutor Zygand se fijaron en el alto elfo que permanecía de pie ante él y su montura. Concluyó que aquel tipo de pelo rojo y mirada severa era el nuevo aspirante a convertirse en hamburguesas para el Mesón La Horca cuando el elfo se cuadró y le saludó llevándose la mano al pecho, en aquel estilo tan marcial y exquisito de los Sin’dorei que tanto asco le daba. “Malditos vivos”, farfulló para si antes de recolocarse la mandíbula, que siempre se le descolgaba en el peor momento.
- ¿Eres el enviado de los Caballeros de Sangre?
El elfo asintió, y antes de que tuviera tiempo de ajustarse la mandíbula de nuevo, extendió la empuñadura del mandoble mellado que llevaba. Zygand le tenía casi a la altura del mentón aun estando montado en su caballo esquelético.
-¿Qué le pasa a tu espada?- Dijo con aspereza, arqueando las cejas que se habían quedado sin pelo mucho tiempo atrás. El elfo empujó con suavidad la espada y cabeceó, señalando la empuñadura y Zygand se percató del grabado en esta.- Lazhar Erien Corazón de Fuego.
El elfo del pelo como ascuas asintió y volvió a enfundar la espada en su espalda. Si, era el enviado, esos malditos caballeretes solo les enviaban sus despojos a Rémol, el hecho de que tuvieran un enorme cementerio en el que apilar sus cadáveres debía ser un punto a favor en esa decisión, no debían querer llenarse el paisaje de su adorado bosque con tumbas recientes.
- Eres mudo. – Asintió, y Zygand le observó en silencio. Volvió a descolgársele la mandíbula como si ese hecho le hubiera sorprendido sobremanera aunque no fuera el caso. Un crujido y pudo volver a hablar. – Mejor. ¿Sabes quienes son los Escarlatas?. Si, lo sabes, bien. Son unos tipos muy perseverantes que además no saben interpretar los mensajes clarísimos que les mandamos. Les han visto rondar de nuevo la Torre del Oeste, están aprovechando el revuelo que causa la campaña de Rasganorte y la apertura de los zeppelines que viajan hacia allí. Por suerte no es un trabajo para la diplomacia.
El intento de sonrisa le salió torcido, más parecía una mueca de asco, que era un factor común en casi todas las expresiones del ejecutor. Lazhar le observaba sin moverse, con una pose marcial y tensa y una mirada cuya severidad camuflaba los pensamientos del elfo. No le gustaba el lugar al que le habían mandado, no le gustaba aquel tipo de ojos icteríticos y boca torcida que le miraba con un aire de superioridad y desprecio desde lo alto de la montura, aquella tierra contaminada le ponía nervioso como nunca, el aire era casi irrespirable y aun así se cuadró y saludó con respeto cuando recibió las órdenes, acatándolas. Durante mucho tiempo aquel había sido su trabajo, obedecer y hacer las cosas con la máxima perfección posible, pero mientras se ajustaba el cinturón de malla y se encaminaba campo a través por aquellos cultivos muertos, fue plenamente consciente de la inquietud que bullía en su estómago, como si estuviese dando los pasos en sentido contrario en un camino que no conocía… y tan siquiera veía.
Bordeó la torre refugiándose en la maleza del bosque, las sempiternas sombras de Tirisfal le ofrecían un buen resguardo. La Torre se encontraba cerca del camino que conducía a la antigua Lordaeron, en un claro que ofrecía una vista despejada de sus inmediaciones. No había movimiento ni luz en el interior de esta, y el atardecer ya hacía desvanecerse las sombras de los árboles que murmuraban a su alrededor, mecidos por una brisa pegajosa de humedad. Lazhar no era ducho en el arte del acecho, nunca había participado en incursiones ni en ataques… él siempre había sido un defensor, presto a soportar y repeler los ataques de los enemigos, guardián o custodio pero nunca el atacante. Observó la distancia que le separaba de la torre y empuñó el mandoble con ambas manos, la fuerza hormigueó en sus músculos al tensarse y le devolvió cierta seguridad. Intentó ser lo más silencioso posible mientras acortaba la distancia, pero las ramas secas que cubrían el suelo bajo la hierba chasqueaban y se quejaban, la malla tintineaba y el cuero rozaba en cada paso. Se coló por una de las brechas de la pequeña muralla que rodeaba a la torre en ruinas y se pegó a la pared mientras avanzaba hacia la entrada. Solo se oía el aullido esporádico de algún can de peste y el susurro de los árboles en su continua siniestra coral. No parecía haber un alma en las inmediaciones, pero el elfo caminó despacio, intentando hacer el mínimo ruido posible hasta acercarse a la puerta desvencijada de la torre, que a tenor de su aspecto había sido abierta a golpes en más de una ocasión. Se asomó al interior a través de uno de los boquetes entre los maderos, y una oscuridad moteada de polvo le saludó al otro lado. Ni siquiera las ratas se movían.
Empujó la puerta, que chirrió como angustiándose de ser abierta, y se asomó al interior con un claro escepticismo. ¿Quién diablos querría tomar aquella ruina? ¿Y para qué?. Allí dentro solo había cascotes, una escalera de piedra que se caía a trozos y… los restos de una hoguera. Cuando el olor residual del humo le cosquilleó en las fosas nasales, ya estaba escuchando el deslizar metálico del acero en su vaina. El corazón se le aceleró un momento, los músculos se tensaron y se apartó a tiempo para evitar la estocada de la figura elástica que se había estado ocultando en las sombras. Fue un movimiento automático, la inercia de su esquiva le dejó en una posición ventajosa y la hoja solo tuvo que proyectarse para clavarse en la carne de su atacante. Un movimiento rápido, un gemido ahogado y el golpe seco contra el suelo acompañado por el sonido gorgoteante de la sangre en la garganta. Lazhar observó la figura tendida en el suelo unos instantes, después de haber barrido con la mirada el lugar, volvía a estar solo y el olor de la sangre se le pegaba en el paladar con su sabor metálico y empalagoso. Se acercó al cuerpo aun caliente y le dio la vuelta, era un cuerpo ligero, menudo y elástico, no parecía uno de aquellos paladines, sobretodo por que los Cruzados no solían cubrirse el rostro. Una indescriptible angustia se le afianzó en la boca del estómago, y el olor de la sangre le removió las entrañas cuando descubrió el rostro joven de aquel humano, que había quedado con los ojos abiertos y la mirada fija al frente. No, no era un maldito Cruzado, los rescoldos de la hoguera de aquel ladronzuelo aun desprendían el olor de la madera quemada, y al lado de estos descansaba una mochila de tela ajada. El elfo observó el cadáver un largo instante, y deslizó los dedos sobre los parpados para cerrarlos antes de cargar con el ligero peso de aquel cuerpo, sintiendo que le pesaba más la culpa cuyo sabor nunca había sido tan intenso. No era la primera vez que mataba defendiéndose… o defendiendo a otros. Pero era la primera vez que lo hacía desde que había vuelto a nacer, la primera vez que podía volverse consciente de ese acto, y paladeó aquella angustia sin esconderse de ella mientras caminaba con el cuerpo en brazos, de vuelta al pueblo del enorme cementerio, donde una tumba más a nadie molestaría.
Rescate a destiempo
-
Siempre he dicho que no nací en este planeta. Algo le debió pasar a la nave
que tenía que recogerme, lo cierto es que nunca vino a por mí. Mi nombre es
Fri...
Hace 7 años