domingo, 21 de marzo de 2010

VIII Leriel

Desde que era capaz de caminar sin apoyo alguno el elfo apenas dejaba que se acercase. Leriel permanecía a una distancia prudencial, refrenando los impulsos cada vez que veía las fuerzas de Lazhar fallar en algún ejercicio e incluso sentía que debía pedir permiso para ayudarle a levantarse si caía, lo cual solía negarle. La tozudez de aquel elfo silencioso la sacaba a veces de sus casillas, pero prefería enfadarse a tener que volver a ver la impotencia en aquellos ojos y sus enfados raras veces duraban unos minutos, hasta que volvía a sorprenderse observándole maravillada.

Era uno de esos días, en los que el ánimo siempre activo de Lazhar la había impulsado a salir de la ciudad con él, sin miedo a que no fuera capaz de enfrentarse al terreno complicado de las pendientes y los caminos irregulares. El sempiterno sol de Canción Eterna refulgía con fuerza y arrancaba destellos ígneos en los cabellos prendidos del elfo, que se afanaba en mantener un ritmo constante en sus pasos, resollando con una sonrisa cansada en los labios. “Hace unos meses le dí por muerto”, pensaba la elfa menuda que le acompañaba unos pasos por detrás, observándole absorta. No había contado con la fuerza que bullía tras esos ojos grises y vívidos que no se apagaron ni en las peores horas de fiebre convulsa, y a pesar de su desesperanza esa chispa reticente la impulsó a permanecer a su lado, primero por que no deseaba que muriese solo, después por que deseaba fervientemente verle alzarse y prevalecer… y allí estaba, de pie en el camino, paladeando el sabor de la brisa que llegaba desde la costa como si jamás hubiese tenido la oportunidad de hacerlo. Leriel sintió como se le erizaba la piel al mirarle, como si fuese capaz de transmitirle lo que estaba sintiendo con una sola mirada y esa sonrisa sempiterna que aquel rostro engañosamente severo se empeñaba en esbozar.

- Sigue siendo primavera… - Murmuró la elfa, acercándose con cautela. No le ofreció el brazo, se limitó a seguir caminando a su lado, mirándole de soslayo.- Han cambiado muchas cosas… otras siguen igual… gracias a Belore, no nos falta su bendición.

La miró un instante, la única señal de que estuviera escuchándola, por que el bosque parecía estar cantando para aquellos oídos que tanto tiempo habían pasado en el silencio, y el elfo, ávido por ese alimento del que se había visto negado, parecía no saber donde posar la mirada mientras caminaba, con pasos débiles pero seguros, en el descenso pedregoso hacia las playas del Ocaso Marchito. Leriel se llevó las manos a la boca cuando cayó por primera vez, quedándose sentado sobre la tierra y estallando en una carcajada cuando las piedras le hicieron resbalar, y apartó la mano cuando sintió el impulso de tendérsela, al ver que volvía a levantarse sacudiéndose aquella toga de adepto que le quedaba corta. No pudo evitar reírse cuando en la tercera caída el elfo se remangó la toga hasta la cintura al levantarse y continuó caminando luciendo los terribles calzones a juego con la toga que la amabilidad de los Caballeros de Sangre le había prestado. Llegaron a la playa entre risas y se dejaron caer sobre la arena blanda casi al unísono, hundiendo las manos en aquella tierra fina y húmeda que olía a salitre.

- Hay que ver. ¡Eso es del todo indigno de un guardia! – Le reñía Leriel entre risas, mientras el elfo se arreglaba dignamente la toga de nuevo y fijaba la mirada en el horizonte, con un suspiro tranquilo al dejar la risa de bailar en sus labios. Negó suavemente con la cabeza, sin volver los ojos a ella.

-Ya… ya no eres guardia. – Suspiró ella también, pero sus ojos le observaban a él, con un ligero brillo melancólico. - ¿No has pensado en volver a serlo? Podremos conseguir que estés bien para hacer las pruebas ¿sabes?, no les piden tantos requisitos como a los forestales, bastará con que puedas pegar a los malos cuando armen gresca y les lleves de los pelos al cuartel… ya sabes como funciona.

El viento se levantó un instante, agitando el cabello que se había desprendido del recogido de la elfa que se apartó las hebras blanquecinas del rostro mientras observaba al pelirrojo. No respondió, estaba absorto observando el horizonte, y ni el pelo que latigueaba en su rostro parecía molestarle. Aun se marcaban los pómulos bajo la piel pálida, ligeramente enrojecida sobre estos y la nariz por efecto del sol, la manera en la que entrecerraba los ojos demostraba que el astro aun resultaba demasiado potente para los sensibilizados sentidos del elfo. Leriel se limitó a observarle durante un largo instante, ajena al rumor de las olas en la playa y a los planeos de las gaviotas sobre el agua que tanto fascinaban a Lazhar.

- Belore está contigo. – Murmuró, sin darse cuenta, y los ojos grises se fijaron en ella con perplejidad. Leriel frunció ligeramente el ceño, sin poder dejar de mirarle y asintió despacio, sintiendo que el aire se estremecía en sus pulmones. – Tu si… tienes su bendición… se te ha quedado en los ojos, y por… por eso estás vivo. A ti te ha elegido…

La observó un instante, y allanó la arena con un gesto de la mano, escribiendo sobre la húmeda superficie.

“Yo elegí vibir. Tu apoyaste la decision”

Leriel observó las palabras grabadas en la arena. Sonrió, mirándole de soslayo mientras adelantaba la mano y corregía aquella frase con los trazos finos de sus dedos largos. “Vivir, decisión”. Cuando volvió a mirarle, con un gesto fingidamente severo, ambos estallaron en carcajadas mientras el elfo se golpeaba con el índice en la sien, burlándose de su propio error. Suspiraron a la vez y quedaron en silencio.

“Gracias”

Escribió esta vez, sin fallos en la ortografía y con letras grandes sobre la arena. No necesitaba hacerlo, sus ojos transmitían el agradecimiento sobradamente cuando se posaban en los ojos de la elfa, hablaban de un afecto sincero y una promesa muda. Y Leriel, a la que el mundo le asustaba y todo le parecía demasiado grande para ella, se sentía menos sola cobijándose en aquellos ojos, más capaz de enfrentarse a una vida cuyo sentido se le antojaba vacuo a veces.

- Quieren… cuando estés bien… quieren enviarte a Tirisfal.- Murmuró, apartando los ojos de aquella mirada gris que era como plata templada.- La Cruzada Escarlata está… bueno… como siempre, molestando a los renegados, no les dejan continuar con sus importantes investigaciones.

Lazhar se había vuelto a perder en el horizonte. Las gaviotas seguían volando cerca de la costa y parecía seguir a veces sus vuelos, no parecían importarle las palabras de la sanadora, a la que había comenzado a hacérsele un nudo en el estómago.

- Tu…¿quieres ir?
El elfo se encogió de hombros y volvió la mirada, esbozando una sonrisa que hizo que su estómago se encogiese un poco más. No tenía miedo, eso le estaba diciendo, durante años había servido con valentía a la casa de los Caminantes del Sol, Leriel solo intuía a que peligros podría haberle hecho frente un Guardia Real, y el mayor de ellos, el que prefería no recordar, lo habían enfrentado todos años atrás.

- No me gustan los muertos… los que caminan, ya sabes. Mi hermano dice que no deberíamos fiarnos de ellos aunque… muchos hayan sido nuestros hermanos.

Sabía que se le notaba, le estaba faltando el aire por alguna razón que no se explicaba, y el elfo pelirrojo la miraba con un gesto preocupado, se le había ahogado la voz y el corazón le martilleaba en la garganta como si una sed intensa la hubiese asaltado de golpe. Lazhar cerró las manos en sus brazos cuando se acercó a él, interpretando tal vez que iba a perder el sentido.

- Ah… es…estoy bien.- Se apartó rápidamente y se puso en pie con las mejillas encendidas de pronto. No le tendió las manos al elfo que se esforzaba en levantarse.

- Se está haciendo tarde… y aun nos quedan ejercicios. Mejor si volvemos.

Caminó de vuelta a su lado, sintiéndose pequeña y estúpida mientras trataba de calmar la estampida de su corazón. No, esta vez no eran efectos de ansiedad alguna, y tampoco el miedo del recuerdo fugaz, esas cosas le quedaban algo lejos en esos instantes, ahora era lo suficientemente valiente para adelantarse y agarrar de la mano al grandullón, era valiente como para haber tomado la decisión de ayudarle. Nunca había creído en los recelos de Solanar, mucho menos cuando le tenía tan cerca.

3 comentarios:

Percontator dijo...

Oooh! *-* No tardes demasiado en seguir, porfi.

Unknown dijo...

Escribe, perra.

Eres una inconsciente, no sabes lo agónico que es mirar tus blogs continuamente para ver que no hay nada nuevo, y cuando lo hay, nos dejas tacitas de ambrosía como esta que en vez de calmar la sed, la acrecientan. Sinverguenza.

¿Sientes la presión? ¿La sientes? ¡Siéntela!
*Especialista en motivación mediante kick in the ass*

Una entrada preciosa, es bonito conocer a Leriel. Me encantó verla en este escrito para terminar de perfilarla y poder usarla en el rol, poder reafirmar mi sospecha de esa dulzura sensible en ella y su sensación de encierro y temor al exterior. En el fondo creo que es una chica muy valiente, solo que no tiene muchas oportunidades de demostrarlo en su situación >.<

Neith dijo...

Shi. Todos los miedos que tiene se los han creado, pero es una tia valiente, se ha visto en lo que ha hecho con Lazh, que vale, es fuerte, pero sin esta chica no habría podido salir adelante, me temo. Me encanta que pillases el personaje y me encanta como lo estás llevando, es amor >.<

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