Abrió los ojos a la oscuridad. Durante días les había oído… al pequeño reducto en el que se había convertido su existencia llegaban sonidos nuevos, voces que se filtraban a través de las paredes, sordas y desarticuladas, pero con el inconfundible tono de la premura y la autoridad. A veces el suelo temblaba, otras un grito agónico se rompía en alguna de las celdas. Había movimiento en la isla, sobre su pequeña celda, dentro del mismo complejo oscuro en el que se encontraba. Medía el tiempo con las visitas de Selin, que en su tiempo dilatado parecían espaciarse por semanas y esta vez se había saltado una de sus citas. Estaba ocurriendo algo, llevaba muchos días ocurriendo y una sensación de catastrófica inminencia se le había pegado al pecho. Frustrado, debilitado hasta extremos insostenibles, solo podía rebuscar en el silencio un solo retazo de palabras que le descubriesen lo que sucedía y sin encontrar ninguna señal volvía a sumirse en la meditación, en las oraciones que sin ninguna estructura se repetían en su cabeza.
Danos fuerza. Mantenlos alejados. Hazlos entender. Danos fuerza, danos claridad. Dales la verdad. Dales la verdad. Apiádate. Apiádate.
Ardían en su interior, como lágrimas lentas y candentes, no sabía si era el ansiedad por la falta de maná, si era el hambre que arañaba sus entrañas, pero bullía en algún lugar profundo, dentro de él, una llamarada que se retorcía inquieta y crecía en cada mantra, cada vez que se sumía en ese estado cercano a la inconsciencia, cuando su voz parecía volver a llenar el espacio, grave y articulada:
Dame fuerza. Dame fuerza…
Llegó un día, o tal vez una noche, en que las voces tras los muros se intensificaron, las oía gritar y deshacerse en vítores, escuchó los cuernos tronar y sintió el leve temblor en el suelo cuando un nuevo sonido se unió a la algarabía, devorándola, ahogándola y llegando a la celda con completa claridad. Llenó de pronto los sentidos del elfo que languidecía encadenado, el tintineo de cientos de campanas, desacompasado, estridente, el llanto extraño de un carillón desafinado, un sollozo prolongado de rabia y dolor que pronto anegó sus ojos en lágrimas. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿De donde salía esa música que llenaba la celda? La oía por todas partes, le cercaba y le abrazaba con desesperación, se colaba en su interior y le hacía arder. Lazhar sollozó, abandonado a la extraña catarsis, a un dolor que le colmaba de una amarga esperanza:
Dame fuerza…
Resiste… ningún sacrificio es en vano… resiste.
Ayúdame a salvarle. Ayúdame a salvarlos.
Para eso me entrego…guerrero…como tú lo haces. Resiste Lazhar… el tiempo está acabando… terminará, volverá a comenzar.
Apretó los dientes, las lágrimas quemaban en su rostro, su piel ardía como si una intensa fiebre se cerniera sobre él, sufría, si, pero también se calmaba la ansiedad, el abrazo doloroso de esa vibración ardiente le alimentaba, templaba el fuego en su interior y avivaba las llamas de la determinación. Se aferró a ello, a lo único que le quedaba en medio de la tiniebla, un hilillo de luz que resplandecía con fuerza y del que se agarraba con toda su voluntad. No iba a soltarlo y al no hacerlo el hilo no solo no se rompía, si no que le envolvía, le sostenía.
Resiste… guerrero
El grito restalló en sus oídos, no sabía si era su voz o el intenso carillón resonando con todas sus fuerzas en un canto de batalla, de rabia y esperanza, de sacrificio. Cuando la negrura de la inconsciencia le envolvió, se sumergió de pleno en el éxtasis candente y por primera vez en mucho, mucho tiempo, se abandonó a los brazos de un sueño reparador en el que repicaban con suavidad un sinfín de campanillas, armónicas, afinadas, dulces.
Rescate a destiempo
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Siempre he dicho que no nací en este planeta. Algo le debió pasar a la nave
que tenía que recogerme, lo cierto es que nunca vino a por mí. Mi nombre es
Fri...
Hace 7 años