En Quel’danas, a veces, llovía. El hechizo de primavera aséptica e imperecedera que cubría las tierras al sur tenía sus matices de imperfección en la isla, donde el cielo se teñía a veces de un gris plomizo y descargaba las tormentas sobre los árboles de hojas doradas y los edificios de la Aldea de la Estrella del Alba. La lluvia no llegaba, no obstante, a los jardines del interior de los palacios, donde brillaba un sol cálido y amarillo que templaba la piel de los que los transitaban. El agua aun se escurría en la armadura de Selin al atravesar los jardines soleados, los elfos que iban y venían, atareados, se apartaban a su paso, se inclinaban para saludar con una escueta reverencia y volvían a sus ocupaciones. El Bancal del Magister era un hervidero, los brujos trabajaban sin descanso alimentando a las tropas que debían reforzar la seguridad en la isla, pronto se verían obligados a sacrificar la tranquilidad que les otorgaba el secretismo de sus operaciones para llevar a cabo la recta final del plan del Maestro, todos eran muy conscientes de que un sinfín de necios acudiría en tropel a intentar llevar al traste los esfuerzos del Pastor, por eso se preparaban, por eso Selin ponía todos sus esfuerzos en preparar a sus hombres para el asalto a Lunargenta, por que habían sido llamados a encumbrar de nuevo a su pueblo en la cúspide de la gloria, lo entendiese el pueblo o no.
Los pasos sonaron con fuerza en el angosto túnel que conducía a las celdas, el paso del Capitán era decidido, su porte había cambiado considerablemente en los últimos meses, también su físico. El guardián de la celda se apartó a un lado, saludando con un gesto marcial al verle llegar, sin levantar la mirada del suelo con un aire casi temeroso que por lo general agradaba a Selin. No pasaba demasiado tiempo sin visitar ese pequeño reducto, que era como una de esas sombras en la memoria que no se pueden borrar, algo vergonzoso como solo puede serlo una derrota. Selin estaba seguro de que acabaría venciendo también en esa batalla, de que al final se haría su voluntad por que su fuerza siempre le había conseguido lo que deseaba y esta vez si, él era el más fuerte. Cuando irrumpió en la celda, el sacerdote que alimentaba al prisionero y sanaba sus heridas se apresuró a recoger las gasas y el balde de agua sucia, inclinándose y saliendo de la celda sin necesidad de que el imponente elfo pronunciase una palabra, despertándole una sonrisa suficiente en el rostro de piel oscurecida. El sacerdote había dejado el pequeño fanal en el suelo y podía ver sin dificultad el estado de su preso favorito:
- Tsk… Lazhar… deberías alimentarte mejor, así no crecerás nunca.
Las cadenas tintinearon cuando el elfo levantó la cabeza. Selin se preguntaba como era capaz de moverse en ese estado de absoluta debilidad en el que abandonaba por completo su peso a las cadenas ante la incapacidad de sostenerse. Los pómulos sobresalían bajo la piel antes bronceada, los ojos se hundían en las cuencas y lo que antes fuera un cuerpo esculpido e imponente de músculos poderosos ahora no era más que un despojo. Lucía los cabellos mojados tras las atenciones del sacerdote, que no permitía que le creciera demasiado la barba, que recortaba sus cabellos y limpiaba la piel del prisionero con asiduidad. Lazhar nunca había opuesto resistencia, nunca había presentado batalla, el ahora impuesto silencio había pasado a formar parte de él y a Selin se le antojó una sombra insignificante de lo que antes fuera… y aun así, aquella mirada le seguía taladrando y despertando cosas que pugnaba por empujar y soterrar.
- Como comprenderás… no podemos permitir la afluencia de la magia en este complejo, tenemos prisioneros verdaderamente peligrosos y eso… es un inconveniente para los de tu calaña.
La mirada del pelirrojo parecía evaluarle, casi apagada. No había perdido detalle de los cambios en Selin, se dio cuenta de cada nueva marca que se había ido abriendo en su piel con el fuego del color del jade, se había dado cuenta del momento preciso en el que la piel del elfo había comenzado a oscurecerse y por supuesto no pasó por alto los cuernos que nacieron en la frente de su hermano, ni las pequeñas alas que más tarde luciría tras las hombreras, de plumas negras como la pez. Su hermano ya no era su hermano… y Selin se negaba a aceptar ese hecho, volvía una y otra vez ofreciéndole el don envenenado que volvería a convertirles en hermanos de sangre, que les uniría a los dos en la tiniebla profunda a la que se había condenado. Lazhar lo sabía, lo había visto cambiar, era lo único que podía hacer allí, observar, evaluar, meditar… y rezar, por que Lazhar aunque nunca lo hubiese hecho antes, aunque nunca se hubiese arrodillado a alabar a Belore, a Elune ni a ninguna deidad, ahora que el sufrimiento le mordía constantemente, rezaba por Selin, no sabía a qué ni a quien, pero lo hacía, era lo único que le quedaba en la oscuridad y el silencio, rezar por su hermano. El golpe del guantelete le hizo volver el rostro y dejar caer la cabeza, resollando.
- ¡No lo hagas! – Le espetó, sosteniéndole por el mentón y golpeándole contra el muro. La mirada resplandeciente de Selin se fijó en los ojos del prisionero.- Podría matarte ahora mismo… eso acabaría con el ansiedad, el hambre de magia… lo hemos vivido antes… ¿verdad, hermano?. Tu y yo hemos pasado por mucho. Yo no volveré a sentir ese hambre… y tu eres un necio condenándote a ella.
Recorrió con la mano desnuda el rostro de Lazhar, manchándole con el familiar y nauseabundo elixir que pretendía ofrecerle. Escocía, quemaba, pero el elfo se limitó a observarle desde los ojos hundidos. Selin le odiaba, cada vez que le miraba de aquella manera, aunque no hablase, le odiaba, y sintió la tentación de arrancarle los ojos… pero quería que se viera, quería que le viera en su gloria y se diera cuenta de su propia decadencia, de cómo languidecía hasta morir. Empujó los dedos manchados entre los labios del prisionero, en un movimiento repentino y cargado de rabia y volvió a descargar un golpe, esta vez con la rodilla enfundada en la armadura en el estómago del elfo cuando este le mordió con demasiada fuerza.
- Tarde o temprano vendrás… si no lo haces por tu pie… te arrastraré.- Susurró el elfo de los ojos como ascuas, agarrándole por el pelo y soltándole antes de escupir en el suelo ante él, como si impusiera una maldición sobre su hermano.
La celda volvió a quedar a oscuras cuando el fanal se hizo añicos contra la pared ante el golpe de la bota de Selin, que salió dando un portazo, furibundo, dejando al convulso elfo en el mismo lugar de siempre, escupiendo aquello que a él le dio toda su gloria.
Rescate a destiempo
-
Siempre he dicho que no nací en este planeta. Algo le debió pasar a la nave
que tenía que recogerme, lo cierto es que nunca vino a por mí. Mi nombre es
Fri...
Hace 7 años
2 comentarios:
Como estoy odiando a Selin ¬¬----->
No merece más que desprecio...
(Continúa con la historia, te lo ruego...)
Publicar un comentario