lunes, 4 de enero de 2010

V Terminará. Volverá a comenzar.

Las cuentas del rosario prendido en la muñeca del sacerdote tintineaban con cada gesto, devolvían la luz del candil potenciada por los destellos del cristal, parecía atesorar luz propia en el interior de cada pequeña esfera, era el reflejo más potente de luz que había visto en mucho tiempo, con el color que recordaba debía tener el sol, dorado, brillante. No sabía si volvería a verlo, si respiraría algo más que el aire viciado de aquella celda que olía a humedad, si los rayos cálidos entre el ramaje de Canción Eterna no volverían a salir de su memoria, pero no había perdido la esperanza… a pesar de las cadenas y la mordedura dolorosa y envenenada de la daga de su hermano. La luz que invocaba el sacerdote sanaba las heridas, y volvía a cerrar aquel estigma que ardía en las entrañas, aquel elfo que limpiaba las heridas y las impurezas en su piel siempre había permanecido en silencio, con el rostro aniñado ensombrecido y el pelo del color de la perla oculto bajo el embozo, formaba parte de su vida y agradecía su presencia cada vez que el cerrojo se descorría y el rosario destellaba en su muñeca. No necesitaba palabras, la caricia de la luz le consolaba, devolvía la esperanza a su corazón y avivaba el fuego que permanecía prendido en su espíritu, nada tenía que reprocharle a aquellas manos que velaban por él, que volcaban su piedad sobre su cuerpo maltrecho, por que en esas manos había piedad, y en esos ojos resplandecía la luz como en las cuentas del rosario. Un día, mientras limpiaba la piel de su rostro con el lienzo humedecido, los labios del sacerdote se entreabrieron y escuchó una voz distinta a la de su hermano en mucho tiempo, un susurro de tintes musicales, una voz que era como un arroyo de agua limpia en un bosque silencioso:

- Las naves han atracado en el puerto. Los nuevos estandartes ondean allí… son elfos y draeneis, bendecidos por el mismo A’dal.

Levantó la cabeza para fijar los ojos en aquella mirada que le sonreía mientras deslizaba el suave lienzo sobre su rostro. Le estaba hablando, no lo había imaginado, no eran los ecos extraños de campanillas ni el susurro de aquel llanto amargo, era una voz tangible, que se colaba en sus oídos y despertaba una sonrisa en sus labios cuarteados.

- El portal ha sido abierto… es cuestión de días, los refuerzos se cuentan por miles, llegan desde Kalimdor y los Reinos del Este, llegan desde todo Azeroth respondiendo a la llamada del Sol Devastado. Sus rayos pronto se abrirán paso a través de las nubes.

Eran sus manos frescas las que acariciaban su frente, el brillo en los ojos del joven elfo se volvió acuoso al quedar en silencio, su mirada era un reducto de pureza en aquel pozo envilecido, su presencia un punto de luz demasiado evidente entre tanta tiniebla. Lazhar no era capaz de entender la razón de su presencia, pero no necesitaba hacerlo, solo creer fervientemente en sus palabras, agarrarse a ellas y refugiarse como si de un escudo se tratasen.

- Hasta su llegada… debes aguantar. – Susurró con voz queda mientras las lágrimas, lentas y cristalinas, se deslizaban en las mejillas blancas.- La Luz está contigo… pídele que te proteja… pídele que te sane, no permitas que el veneno se extienda hacia tu alma y ella te ayudará, ella es tu voluntad… tu eres su voluntad. Resiste, guerrero.

Deslizó las manos sobre su cabeza, dejando caer el rosario que tintineó al prenderse en el cuello del prisionero, su mirada ardía de determinación al posarla en el joven sacerdote, no necesitaba otro gesto, otra palabra, que aquella promesa refulgente en el fondo de sus ojos, aguantaría, por que entendía lo que estaba sucediendo, por que sabía que no volvería a ver aquellos ojos… y ambos conocían bien el significado del sacrificio.

Terminará… volverá a comenzar. Pronto.

Aun sentía la huella de los cálidos labios en su frente cuando la puerta de metal se cerró, volviéndole a sumir en las tinieblas, pero la llama que se había prendido ya no podía ahogarse por profundas que estas fueran, el corazón que latía con fuerza no podría acallarse por intenso que fuera su silencio. Una de las enseñanzas de la Luz es la paciencia… y Lazhar, sin saberlo, se iniciaba en sus misterios en uno de los lugares que más carecía de ella, en el seno del sufrimiento, el útero extraño que conformaba aquella celda en la que estaba creciendo de nuevo.

2 comentarios:

Percontator dijo...

^-^ UooOOOooh! Mi más sincera enhorabuena, Tejesombra, estás que te sales!
Lazhar es un héroe clásico, de los que casi no quedan.
Continúa, por favor!

Crowen dijo...

Ñam...

Que gusto disfrutar de tu prosa de forma tan generosa, me alegra que te prodigues con Lazhar.

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