domingo, 3 de enero de 2010

IV Hermanos para siempre

Había hecho bien su trabajo. El Pastor había demostrado su agradecimiento tras el ataque a Lunargenta. Todo fue a pedir de boca, cuando la caravana que transportaba al príncipe cruzó las puertas de la ciudad sus habitantes se echaron a las calles que pronto vibraron en vítores y alabanzas. Reconocían el carruaje del Pastor, tirado por dos halcones ricamente adornados y vestidos con la insignia de la familia real. Fue fácil cruzar la ciudad cobijados bajo hechizos y los almófares que les cubrían el rostro. Cuando la caravana se detuvo ante el cuartel de los Caballeros de Sangre Lady Liadrin ya esperaba al aclamado Príncipe y en su rostro se leía la misma ansiedad de todo el pueblo por las nuevas, vivían de sus esperanzas y su fe en él, pero bien sabía Selin, que flanqueaba a la figura embozada del Caminante del Sol, que no entenderían sus acciones… que la única manera de llevarse lo que necesitaban era a través de la fuerza y por eso el Pastor les eligió a ellos. Solo necesitó una mirada de su Majestad para dejar caer el almófar y desenfundar las armas, todos ellos lo hicieron al unísono cuando llegaron a la sala del naaru y cerraron filas en torno al príncipe, fueron rápidos, precisos y actuaban con el factor sorpresa en su beneficio, los Caballeros no podían dar crédito al caos que se estaba desatando a su alrededor, nada pudieron hacer cuando el príncipe tejió su hechizo atrapando al naaru y solo pudieron hundirse en su rabia cuando los rituales de invocación comenzaron a tirar de aquellos demonios que en su día debieron haber sido sus hermanos.

Lunargenta gritaba de ira y ansia de venganza y en la isla un naaru se debatía en su prisión de magia, cantando una canción teñida de amargura, su Luz se apagaba… se convertía en otra cosa. Y Selin, aquel que comandó la pequeña hueste de elfos astados disfrutaba de su nueva posición como protector del Príncipe y su palacio, paladeando las mieles de una recompensa envenenada que a él se le antojaba el culmen de sus deseos. Podía tomar cuanto desease de los inagotables cristales que habían dispuesto en su cámara, podía ahogarse en el poder tanto como quisiera, pues siempre había más… le habían vuelto inmortal, le habían concedido la invulnerabilidad de un dios y como un dios pasaba las horas disponiendo a sus esbirros y esperando el inminente incordio de los mortales que nada saben y nada entienden para despacharlos sin piedad alguna.

Selin había pensado poco en su hermano en esos días, solo mientras peleaba, mientras los filos de las espadas se cernían amenazantes sobre él, dedicó un recuerdo esquivo a Lazhar, ahogó un deseo sincero de verle a su lado, luchando por lo que creía, como siempre había sido, codo con codo. Por que los caminos del recuerdo eran tortuosos para Selin, que aun podía sentir que el corazón le latía, a veces con atronadora intensidad, y sabía en que dirección fluía ese río y cuan amargas se volvían sus aguas cuando se perdían en las orillas del pasado. Aunque pensase poco en él, era la espina que aun volvía doloroso el latido de un corazón cristalizado, su presencia como un faro lejano le hacía desesperar a veces… y no quería recordar. Selin era un dios, sentado en un trono de seda , oro y poder, y ahora podía hacer lo que se le antojase, podía disponer de quien quisiera, podía decidir sobre el destino de aquellos que ocupaban los escalones bajo sus pies… y lo haría, convertiría en triunfo su única derrota en la vida.

Y fue con este pensamiento con el que volvió a hundirse en las entrañas de la isla, con su paso firme y sus ojos de jade líquido. La mirada cuasi apagada de su hermano volvió a clavarse como un puñal, y algo en él se estremeció de miedo y repugnancia en su presencia, ante la figura derrotada del elfo, ante el cuerpo escuálido y débil, por un instante, volvió a sentirse pequeño e indefenso, volvió a sentir la necesidad imperiosa de tenerle al lado y refugiarse en su abrazo… y le odió tanto que deseó su muerte. Le pareció oír su nombre cuando la pequeña daga se clavó en el costado del prisionero, le pareció que su presencia le hacía arder por dentro cuando la arrancó de la carne caliente y la hoja de jade resplandeciente se vio veteada de la sangre carmesí:

- Es cuestión de tiempo hasta que supliques por ello....- Murmuró, lamiendo el puñal antes de enfundarlo. – Hermanos para siempre… Lazhar.

1 comentarios:

Percontator dijo...

Ufff! ¡Qué duro! ¡Así me gusta, sin concesiones!

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