miércoles, 27 de enero de 2010

VII A Salvo

- Si es sacerdote nunca ha estudiado en este templo.

Murmuró la elfa, observando el rosario que pendía del cuello del elfo inconsciente. Lo habían traído esa misma tarde al templo, para que intentasen sanar la herida que parecía cangrenarse en el costado del pelirrojo e intentasen rehabilitarlo. Belestra se había sobresaltado al ver llegar al draenei que acompañaba a un elfo con el tabardo del Sol Devastado. Se limitaron a indicar que era un prisionero rescatado de la isla de Quel’danas, y que volverían a indagar sobre él cuando hubiese mejorado su estado. La sacerdotisa desconfió un poco, pero al ver el estado del prisionero se tranquilizó, no tenía nada que temer de un elfo desnutrido y cuya tonificación muscular no le permitiría apenas mantenerse en pie.

- Vuelve a limpiar la herida y renueva el emplasto.- Indicó a la iniciada que se inclinaba sobre el herido, con un breve ademán de sus manos. La muchacha ya estaba cortando las vendas cuando escucharon el tintineo de las armas y los escudos que las hizo volverse con cierto sobresalto. Lord Solanar no solía dejarse ver demasiado por allí, pero allí estaba bajo el dintel de la puerta, flanqueado por dos guardias de mirada tan severa como la suya.

- Hemos venido a por el prisionero de Quel’danas. Es jurisdicción de los Caballeros de Sangre. Nos haremos cargo de él.

Las sacerdotisas se apartaron del cuerpo inconsciente. La aparición del caballero había causado cierto revuelo entre los adeptos y Belestra tuvo que poner orden antes de responderle.

- Se…señor, no queremos inmiscuirnos en los asuntos de los Caballeros, pero tal vez sería conveniente que permaneciese aquí hasta recuperarse. Está herido de gravedad y parec…

- Nadie os ha pedido opinión. – Replicó cortante, haciendo un gesto a los guardias que se acercaron al elfo convaleciente y lo cargaron en una de las camillas de tela que los sacerdotes habían dispuesto.

Belestra se llevó la mano al pecho y suspiró al verles partir de nuevo. Nadie en la ciudad vivía ajeno a la conmoción entre las filas de los Caballeros de Sangre, y sus acciones desde el ataque de los Sangrevil estaban siendo contundentes como nunca. Había habido ejecuciones, escarnios públicos y un aumento de la vigilancia sobre el pueblo en busca de posibles traidores. Por eso se sintió aliviada al perderles de vista, y aunque se compadecía de aquel elfo del rosario no podía más que dar gracias a la Luz por que aquel problema no quedase ya en sus manos.


Solanar no era conocido por tener una paciencia excepcional. Nada más dejar al elfo inconsciente en uno de los camastros del cuartel, mandó llamar a un sanador para que se pusiera a trabajar en la recuperación de aquel elfo de pelo rojo. Le necesitaba consciente y bien despierto y Leriel había demostrado ser muy efectiva en la reanimación en el campo de batalla. Cuando llegó, se inclinó ante su superior e inspeccionó al herido, abriendo las vendas y examinándole de arriba abajo, en un silencio que siempre conseguía sacar de sus casillas a Solanar.
- Reanímalo.

- Señor. Si lo que desea es interrogar a este elfo debería saber que la lengua le ha sido amputada y que no solo la herida es difícil de curar si no que seguramente sea incapaz incluso de escribir para responder sus preguntas.

La mirada del Lord hizo que la elfa tragase saliva al volverse hacia el herido y colocarle una mano en la frente y otra en el pecho. No necesitaba más para saber lo que quería su superior, y ella no iba a ser la que le contradijese, así que dejo fluir la luz, en una descarga moderada que hizo tensar los músculos al cuerpo inconsciente. El elfo abrió los ojos, y estos se fijaron, confusos, en la elfa que le reclamaba de nuevo a la vigilia y que seguía canalizando la luz para evitarle los dolores que debían aquejarle.

- ¿Es usted Lazhar Erien Corazón de Fuego?

Los ojos del pelirrojo se volvieron hacia el elfo embutido en la armadura roja y el corazón debió acelerársele en el pecho de pura dicha al reconocer al Lord de Sangre. No podía apenas moverse, pero fue capaz de asentir y resollar antes de sonreír débilmente.

- Antiguo Guardia de Lunargenta y Guardia real destinado a Quel’Danas hace dos años. Hermano de Selin Corazón de Fuego, acusado de conspiración y traición contra el pueblo Thalassiano.

La voz del elfo se diluyó en ecos extraños para Lazhar. El contacto de la elfa había dejado de producirse, y sentía el cuerpo como si fuera del más rígido y pesado torio que pudiera encontrarse. El primer pinchazo de dolor se lo llevo por delante, convirtiendo en murmullos difusos la discusión que se desencadenaba a su lado en la que la potente voz del Lord Solanar tronaba con contundencia.

- No vuelva a contradecir mis órdenes. Vigile esa herida y encárguese de que se estabilice con la mayor premura, Leriel, o será enviada al baluarte para que aprovechen mejor sus capacidades en el frente. ¿Ha entendido?.

La elfa asintió, mordiéndose la lengua y maldiciendo para sus adentros. Se volvió hacia el antiguo Guardia y comenzó a limpiar la oscurecida herida, segura de que moriría en el transcurso de esa noche si no conseguía bajar esa tremenda infección y limpiar el líquido verdoso que supuraba de ella.

VI El Guardian del Palacio del Sol

Escuchaba los golpes desde la cámara. Ecos como truenos de una tormenta cercana, ahogando los sonidos de las explosiones que llegaban desde el puerto. Selin pisaba con fuerza mientras caminaba de un lado a otro de la estancia en penumbra, hacia reverberar sus pasos con fuerza para no tener que oír el rumor de la batalla. Hacía semanas que disfrutaba de su nueva posición en el palacio del Pastor, hacía semanas que se hundía en la complacencia y el abandono a su hambre con las fuentes que le habían proporcionado sus superiores. Las piedras que se encontraban suspendidas en la sala no dejaban de brotar la energía caótica que necesitaba, derramaban sobre él más de la que necesitaba, más de la que podía consumir… y le encantaba, se refocilaba en ello. Había llegado a olvidar la situación que le envolvía, el hecho de que la guerra había estallado en la hasta ahora apacible isla, de que tarde o temprano asaltarían las puertas del palacio del sol y romperían la tranquilidad con las arengas y los gritos y el ansia de venganza. Y fue esa tarde, cuando al fin comenzó a quebrarse su esfera de ensueño narcótico cuando la voz a la que siempre intentaba ahogar comenzó a recordarle las cosas.

- Te han traído junto con los desdichados, junto con los perdidos, te han traído para que te consumas sin dar problemas, para que se entretengan contigo y tus hombres mientras los que realmente valen hacen su trabajo. Tu espada ya no vale, ni siquiera el Príncipe vale… no sois más que sombras de lo que fuisteis.

- Me han traído a proteger al Pastor. Al Caminante del Sol, al Salvador de nuestra raza. Él me ha otorgado el don de la fuerza, la inmortalidad. Soy invulnerable.

- Te han traído a morir como al ganado. Eres una pieza usada y desechada. ¿No sientes como te consume?

Bajó la mirada a las manos quebradas, los surcos brillaban como el jade encendido, sentía fluir la sangre como lava espesa, ardiendo en su interior, inflamándole. Su risa resonó por toda la sala, desquiciada mientras cerraba los dedos en sus propios cabellos, el aire a su alrededor crepitaba, temblaba.

- Soy invulnerable. Soy el protector.

- No lo eres. Estás solo. Vas a morir solo. Lo has vendido todo por un espejismo. ¿Los oyes?. Vienen a por ti… no van a perdonarte, nadie va a perdonarte.

El puño del elfo se estrelló contra una de las piedras, la energía restalló y se coló hacia sus venas con demasiada naturalidad. La sangre que manaba de las heridas abiertas por los cristales se encendía, y goteaba como pequeñas llamas verdes que se apagaban en el suelo, siseando. Se dejó caer de rodillas, extendiendo las pequeñas y oscuras alas a sus espaldas, observando las heridas que durante tanto tiempo estuvo infligiéndose a si mismo. En la sala no había nadie más, nadie más que el y su voz deslizándose con un eco roto, respondiéndose a si misma.

- No necesito el perdón.

Alzó los ojos encendidos cuando el sonido de pasos metálicos irrumpió en la sala. En su rostro se dibujó una sonrisa al ponerse en pie, el aire se inflamaba a su alrededor con lenguas de fuego vil cuando un par de arcos se tensaron y le apuntaron desde la entrada. Un draenei encabezaba el grupo, varios elfos fijaban la mirada tensa e iracunda en él. Y la energía le colmó de nuevo, estallando con furia.

- ¡SOY UN DIOS!

Pronto cayeron sobre él, la Luz destelló y mordió la carne con más fuerza que el acero y las flechas. Los primeros hombres del Sol Devastado que pisaban su hogar cayeron pronto ante él y sus hombres, ante la fuerza sobrehumana que le otorgaba su alimento. Una parte de si lo creía, confiaba en prevalecer y alzarse como un verdadero dios… otra parte, más escondida, odiada y ahogada, seguía deseando que fuera su hermano el próximo en adentrarse en su reino, agarrarle de la mano y sacarle de allí… como siempre había sido.

lunes, 4 de enero de 2010

V Terminará. Volverá a comenzar.

Las cuentas del rosario prendido en la muñeca del sacerdote tintineaban con cada gesto, devolvían la luz del candil potenciada por los destellos del cristal, parecía atesorar luz propia en el interior de cada pequeña esfera, era el reflejo más potente de luz que había visto en mucho tiempo, con el color que recordaba debía tener el sol, dorado, brillante. No sabía si volvería a verlo, si respiraría algo más que el aire viciado de aquella celda que olía a humedad, si los rayos cálidos entre el ramaje de Canción Eterna no volverían a salir de su memoria, pero no había perdido la esperanza… a pesar de las cadenas y la mordedura dolorosa y envenenada de la daga de su hermano. La luz que invocaba el sacerdote sanaba las heridas, y volvía a cerrar aquel estigma que ardía en las entrañas, aquel elfo que limpiaba las heridas y las impurezas en su piel siempre había permanecido en silencio, con el rostro aniñado ensombrecido y el pelo del color de la perla oculto bajo el embozo, formaba parte de su vida y agradecía su presencia cada vez que el cerrojo se descorría y el rosario destellaba en su muñeca. No necesitaba palabras, la caricia de la luz le consolaba, devolvía la esperanza a su corazón y avivaba el fuego que permanecía prendido en su espíritu, nada tenía que reprocharle a aquellas manos que velaban por él, que volcaban su piedad sobre su cuerpo maltrecho, por que en esas manos había piedad, y en esos ojos resplandecía la luz como en las cuentas del rosario. Un día, mientras limpiaba la piel de su rostro con el lienzo humedecido, los labios del sacerdote se entreabrieron y escuchó una voz distinta a la de su hermano en mucho tiempo, un susurro de tintes musicales, una voz que era como un arroyo de agua limpia en un bosque silencioso:

- Las naves han atracado en el puerto. Los nuevos estandartes ondean allí… son elfos y draeneis, bendecidos por el mismo A’dal.

Levantó la cabeza para fijar los ojos en aquella mirada que le sonreía mientras deslizaba el suave lienzo sobre su rostro. Le estaba hablando, no lo había imaginado, no eran los ecos extraños de campanillas ni el susurro de aquel llanto amargo, era una voz tangible, que se colaba en sus oídos y despertaba una sonrisa en sus labios cuarteados.

- El portal ha sido abierto… es cuestión de días, los refuerzos se cuentan por miles, llegan desde Kalimdor y los Reinos del Este, llegan desde todo Azeroth respondiendo a la llamada del Sol Devastado. Sus rayos pronto se abrirán paso a través de las nubes.

Eran sus manos frescas las que acariciaban su frente, el brillo en los ojos del joven elfo se volvió acuoso al quedar en silencio, su mirada era un reducto de pureza en aquel pozo envilecido, su presencia un punto de luz demasiado evidente entre tanta tiniebla. Lazhar no era capaz de entender la razón de su presencia, pero no necesitaba hacerlo, solo creer fervientemente en sus palabras, agarrarse a ellas y refugiarse como si de un escudo se tratasen.

- Hasta su llegada… debes aguantar. – Susurró con voz queda mientras las lágrimas, lentas y cristalinas, se deslizaban en las mejillas blancas.- La Luz está contigo… pídele que te proteja… pídele que te sane, no permitas que el veneno se extienda hacia tu alma y ella te ayudará, ella es tu voluntad… tu eres su voluntad. Resiste, guerrero.

Deslizó las manos sobre su cabeza, dejando caer el rosario que tintineó al prenderse en el cuello del prisionero, su mirada ardía de determinación al posarla en el joven sacerdote, no necesitaba otro gesto, otra palabra, que aquella promesa refulgente en el fondo de sus ojos, aguantaría, por que entendía lo que estaba sucediendo, por que sabía que no volvería a ver aquellos ojos… y ambos conocían bien el significado del sacrificio.

Terminará… volverá a comenzar. Pronto.

Aun sentía la huella de los cálidos labios en su frente cuando la puerta de metal se cerró, volviéndole a sumir en las tinieblas, pero la llama que se había prendido ya no podía ahogarse por profundas que estas fueran, el corazón que latía con fuerza no podría acallarse por intenso que fuera su silencio. Una de las enseñanzas de la Luz es la paciencia… y Lazhar, sin saberlo, se iniciaba en sus misterios en uno de los lugares que más carecía de ella, en el seno del sufrimiento, el útero extraño que conformaba aquella celda en la que estaba creciendo de nuevo.

domingo, 3 de enero de 2010

IV Hermanos para siempre

Había hecho bien su trabajo. El Pastor había demostrado su agradecimiento tras el ataque a Lunargenta. Todo fue a pedir de boca, cuando la caravana que transportaba al príncipe cruzó las puertas de la ciudad sus habitantes se echaron a las calles que pronto vibraron en vítores y alabanzas. Reconocían el carruaje del Pastor, tirado por dos halcones ricamente adornados y vestidos con la insignia de la familia real. Fue fácil cruzar la ciudad cobijados bajo hechizos y los almófares que les cubrían el rostro. Cuando la caravana se detuvo ante el cuartel de los Caballeros de Sangre Lady Liadrin ya esperaba al aclamado Príncipe y en su rostro se leía la misma ansiedad de todo el pueblo por las nuevas, vivían de sus esperanzas y su fe en él, pero bien sabía Selin, que flanqueaba a la figura embozada del Caminante del Sol, que no entenderían sus acciones… que la única manera de llevarse lo que necesitaban era a través de la fuerza y por eso el Pastor les eligió a ellos. Solo necesitó una mirada de su Majestad para dejar caer el almófar y desenfundar las armas, todos ellos lo hicieron al unísono cuando llegaron a la sala del naaru y cerraron filas en torno al príncipe, fueron rápidos, precisos y actuaban con el factor sorpresa en su beneficio, los Caballeros no podían dar crédito al caos que se estaba desatando a su alrededor, nada pudieron hacer cuando el príncipe tejió su hechizo atrapando al naaru y solo pudieron hundirse en su rabia cuando los rituales de invocación comenzaron a tirar de aquellos demonios que en su día debieron haber sido sus hermanos.

Lunargenta gritaba de ira y ansia de venganza y en la isla un naaru se debatía en su prisión de magia, cantando una canción teñida de amargura, su Luz se apagaba… se convertía en otra cosa. Y Selin, aquel que comandó la pequeña hueste de elfos astados disfrutaba de su nueva posición como protector del Príncipe y su palacio, paladeando las mieles de una recompensa envenenada que a él se le antojaba el culmen de sus deseos. Podía tomar cuanto desease de los inagotables cristales que habían dispuesto en su cámara, podía ahogarse en el poder tanto como quisiera, pues siempre había más… le habían vuelto inmortal, le habían concedido la invulnerabilidad de un dios y como un dios pasaba las horas disponiendo a sus esbirros y esperando el inminente incordio de los mortales que nada saben y nada entienden para despacharlos sin piedad alguna.

Selin había pensado poco en su hermano en esos días, solo mientras peleaba, mientras los filos de las espadas se cernían amenazantes sobre él, dedicó un recuerdo esquivo a Lazhar, ahogó un deseo sincero de verle a su lado, luchando por lo que creía, como siempre había sido, codo con codo. Por que los caminos del recuerdo eran tortuosos para Selin, que aun podía sentir que el corazón le latía, a veces con atronadora intensidad, y sabía en que dirección fluía ese río y cuan amargas se volvían sus aguas cuando se perdían en las orillas del pasado. Aunque pensase poco en él, era la espina que aun volvía doloroso el latido de un corazón cristalizado, su presencia como un faro lejano le hacía desesperar a veces… y no quería recordar. Selin era un dios, sentado en un trono de seda , oro y poder, y ahora podía hacer lo que se le antojase, podía disponer de quien quisiera, podía decidir sobre el destino de aquellos que ocupaban los escalones bajo sus pies… y lo haría, convertiría en triunfo su única derrota en la vida.

Y fue con este pensamiento con el que volvió a hundirse en las entrañas de la isla, con su paso firme y sus ojos de jade líquido. La mirada cuasi apagada de su hermano volvió a clavarse como un puñal, y algo en él se estremeció de miedo y repugnancia en su presencia, ante la figura derrotada del elfo, ante el cuerpo escuálido y débil, por un instante, volvió a sentirse pequeño e indefenso, volvió a sentir la necesidad imperiosa de tenerle al lado y refugiarse en su abrazo… y le odió tanto que deseó su muerte. Le pareció oír su nombre cuando la pequeña daga se clavó en el costado del prisionero, le pareció que su presencia le hacía arder por dentro cuando la arrancó de la carne caliente y la hoja de jade resplandeciente se vio veteada de la sangre carmesí:

- Es cuestión de tiempo hasta que supliques por ello....- Murmuró, lamiendo el puñal antes de enfundarlo. – Hermanos para siempre… Lazhar.

jueves, 31 de diciembre de 2009

III Despertar en las tinieblas

Abrió los ojos a la oscuridad. Durante días les había oído… al pequeño reducto en el que se había convertido su existencia llegaban sonidos nuevos, voces que se filtraban a través de las paredes, sordas y desarticuladas, pero con el inconfundible tono de la premura y la autoridad. A veces el suelo temblaba, otras un grito agónico se rompía en alguna de las celdas. Había movimiento en la isla, sobre su pequeña celda, dentro del mismo complejo oscuro en el que se encontraba. Medía el tiempo con las visitas de Selin, que en su tiempo dilatado parecían espaciarse por semanas y esta vez se había saltado una de sus citas. Estaba ocurriendo algo, llevaba muchos días ocurriendo y una sensación de catastrófica inminencia se le había pegado al pecho. Frustrado, debilitado hasta extremos insostenibles, solo podía rebuscar en el silencio un solo retazo de palabras que le descubriesen lo que sucedía y sin encontrar ninguna señal volvía a sumirse en la meditación, en las oraciones que sin ninguna estructura se repetían en su cabeza.

Danos fuerza. Mantenlos alejados. Hazlos entender. Danos fuerza, danos claridad. Dales la verdad. Dales la verdad. Apiádate. Apiádate.

Ardían en su interior, como lágrimas lentas y candentes, no sabía si era el ansiedad por la falta de maná, si era el hambre que arañaba sus entrañas, pero bullía en algún lugar profundo, dentro de él, una llamarada que se retorcía inquieta y crecía en cada mantra, cada vez que se sumía en ese estado cercano a la inconsciencia, cuando su voz parecía volver a llenar el espacio, grave y articulada:

Dame fuerza. Dame fuerza…

Llegó un día, o tal vez una noche, en que las voces tras los muros se intensificaron, las oía gritar y deshacerse en vítores, escuchó los cuernos tronar y sintió el leve temblor en el suelo cuando un nuevo sonido se unió a la algarabía, devorándola, ahogándola y llegando a la celda con completa claridad. Llenó de pronto los sentidos del elfo que languidecía encadenado, el tintineo de cientos de campanas, desacompasado, estridente, el llanto extraño de un carillón desafinado, un sollozo prolongado de rabia y dolor que pronto anegó sus ojos en lágrimas. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿De donde salía esa música que llenaba la celda? La oía por todas partes, le cercaba y le abrazaba con desesperación, se colaba en su interior y le hacía arder. Lazhar sollozó, abandonado a la extraña catarsis, a un dolor que le colmaba de una amarga esperanza:

Dame fuerza…

Resiste… ningún sacrificio es en vano… resiste.

Ayúdame a salvarle. Ayúdame a salvarlos.

Para eso me entrego…guerrero…como tú lo haces. Resiste Lazhar… el tiempo está acabando… terminará, volverá a comenzar.


Apretó los dientes, las lágrimas quemaban en su rostro, su piel ardía como si una intensa fiebre se cerniera sobre él, sufría, si, pero también se calmaba la ansiedad, el abrazo doloroso de esa vibración ardiente le alimentaba, templaba el fuego en su interior y avivaba las llamas de la determinación. Se aferró a ello, a lo único que le quedaba en medio de la tiniebla, un hilillo de luz que resplandecía con fuerza y del que se agarraba con toda su voluntad. No iba a soltarlo y al no hacerlo el hilo no solo no se rompía, si no que le envolvía, le sostenía.

Resiste… guerrero

El grito restalló en sus oídos, no sabía si era su voz o el intenso carillón resonando con todas sus fuerzas en un canto de batalla, de rabia y esperanza, de sacrificio. Cuando la negrura de la inconsciencia le envolvió, se sumergió de pleno en el éxtasis candente y por primera vez en mucho, mucho tiempo, se abandonó a los brazos de un sueño reparador en el que repicaban con suavidad un sinfín de campanillas, armónicas, afinadas, dulces.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

II Una sombra en la memoria

En Quel’danas, a veces, llovía. El hechizo de primavera aséptica e imperecedera que cubría las tierras al sur tenía sus matices de imperfección en la isla, donde el cielo se teñía a veces de un gris plomizo y descargaba las tormentas sobre los árboles de hojas doradas y los edificios de la Aldea de la Estrella del Alba. La lluvia no llegaba, no obstante, a los jardines del interior de los palacios, donde brillaba un sol cálido y amarillo que templaba la piel de los que los transitaban. El agua aun se escurría en la armadura de Selin al atravesar los jardines soleados, los elfos que iban y venían, atareados, se apartaban a su paso, se inclinaban para saludar con una escueta reverencia y volvían a sus ocupaciones. El Bancal del Magister era un hervidero, los brujos trabajaban sin descanso alimentando a las tropas que debían reforzar la seguridad en la isla, pronto se verían obligados a sacrificar la tranquilidad que les otorgaba el secretismo de sus operaciones para llevar a cabo la recta final del plan del Maestro, todos eran muy conscientes de que un sinfín de necios acudiría en tropel a intentar llevar al traste los esfuerzos del Pastor, por eso se preparaban, por eso Selin ponía todos sus esfuerzos en preparar a sus hombres para el asalto a Lunargenta, por que habían sido llamados a encumbrar de nuevo a su pueblo en la cúspide de la gloria, lo entendiese el pueblo o no.

Los pasos sonaron con fuerza en el angosto túnel que conducía a las celdas, el paso del Capitán era decidido, su porte había cambiado considerablemente en los últimos meses, también su físico. El guardián de la celda se apartó a un lado, saludando con un gesto marcial al verle llegar, sin levantar la mirada del suelo con un aire casi temeroso que por lo general agradaba a Selin. No pasaba demasiado tiempo sin visitar ese pequeño reducto, que era como una de esas sombras en la memoria que no se pueden borrar, algo vergonzoso como solo puede serlo una derrota. Selin estaba seguro de que acabaría venciendo también en esa batalla, de que al final se haría su voluntad por que su fuerza siempre le había conseguido lo que deseaba y esta vez si, él era el más fuerte. Cuando irrumpió en la celda, el sacerdote que alimentaba al prisionero y sanaba sus heridas se apresuró a recoger las gasas y el balde de agua sucia, inclinándose y saliendo de la celda sin necesidad de que el imponente elfo pronunciase una palabra, despertándole una sonrisa suficiente en el rostro de piel oscurecida. El sacerdote había dejado el pequeño fanal en el suelo y podía ver sin dificultad el estado de su preso favorito:

- Tsk… Lazhar… deberías alimentarte mejor, así no crecerás nunca.

Las cadenas tintinearon cuando el elfo levantó la cabeza. Selin se preguntaba como era capaz de moverse en ese estado de absoluta debilidad en el que abandonaba por completo su peso a las cadenas ante la incapacidad de sostenerse. Los pómulos sobresalían bajo la piel antes bronceada, los ojos se hundían en las cuencas y lo que antes fuera un cuerpo esculpido e imponente de músculos poderosos ahora no era más que un despojo. Lucía los cabellos mojados tras las atenciones del sacerdote, que no permitía que le creciera demasiado la barba, que recortaba sus cabellos y limpiaba la piel del prisionero con asiduidad. Lazhar nunca había opuesto resistencia, nunca había presentado batalla, el ahora impuesto silencio había pasado a formar parte de él y a Selin se le antojó una sombra insignificante de lo que antes fuera… y aun así, aquella mirada le seguía taladrando y despertando cosas que pugnaba por empujar y soterrar.

- Como comprenderás… no podemos permitir la afluencia de la magia en este complejo, tenemos prisioneros verdaderamente peligrosos y eso… es un inconveniente para los de tu calaña.

La mirada del pelirrojo parecía evaluarle, casi apagada. No había perdido detalle de los cambios en Selin, se dio cuenta de cada nueva marca que se había ido abriendo en su piel con el fuego del color del jade, se había dado cuenta del momento preciso en el que la piel del elfo había comenzado a oscurecerse y por supuesto no pasó por alto los cuernos que nacieron en la frente de su hermano, ni las pequeñas alas que más tarde luciría tras las hombreras, de plumas negras como la pez. Su hermano ya no era su hermano… y Selin se negaba a aceptar ese hecho, volvía una y otra vez ofreciéndole el don envenenado que volvería a convertirles en hermanos de sangre, que les uniría a los dos en la tiniebla profunda a la que se había condenado. Lazhar lo sabía, lo había visto cambiar, era lo único que podía hacer allí, observar, evaluar, meditar… y rezar, por que Lazhar aunque nunca lo hubiese hecho antes, aunque nunca se hubiese arrodillado a alabar a Belore, a Elune ni a ninguna deidad, ahora que el sufrimiento le mordía constantemente, rezaba por Selin, no sabía a qué ni a quien, pero lo hacía, era lo único que le quedaba en la oscuridad y el silencio, rezar por su hermano. El golpe del guantelete le hizo volver el rostro y dejar caer la cabeza, resollando.

- ¡No lo hagas! – Le espetó, sosteniéndole por el mentón y golpeándole contra el muro. La mirada resplandeciente de Selin se fijó en los ojos del prisionero.- Podría matarte ahora mismo… eso acabaría con el ansiedad, el hambre de magia… lo hemos vivido antes… ¿verdad, hermano?. Tu y yo hemos pasado por mucho. Yo no volveré a sentir ese hambre… y tu eres un necio condenándote a ella.

Recorrió con la mano desnuda el rostro de Lazhar, manchándole con el familiar y nauseabundo elixir que pretendía ofrecerle. Escocía, quemaba, pero el elfo se limitó a observarle desde los ojos hundidos. Selin le odiaba, cada vez que le miraba de aquella manera, aunque no hablase, le odiaba, y sintió la tentación de arrancarle los ojos… pero quería que se viera, quería que le viera en su gloria y se diera cuenta de su propia decadencia, de cómo languidecía hasta morir. Empujó los dedos manchados entre los labios del prisionero, en un movimiento repentino y cargado de rabia y volvió a descargar un golpe, esta vez con la rodilla enfundada en la armadura en el estómago del elfo cuando este le mordió con demasiada fuerza.

- Tarde o temprano vendrás… si no lo haces por tu pie… te arrastraré.- Susurró el elfo de los ojos como ascuas, agarrándole por el pelo y soltándole antes de escupir en el suelo ante él, como si impusiera una maldición sobre su hermano.

La celda volvió a quedar a oscuras cuando el fanal se hizo añicos contra la pared ante el golpe de la bota de Selin, que salió dando un portazo, furibundo, dejando al convulso elfo en el mismo lugar de siempre, escupiendo aquello que a él le dio toda su gloria.

martes, 29 de diciembre de 2009

I La piedad de un hermano

El chasquido de los grilletes al cerrarse retumbó por toda la estancia. La luz tenue de los fanales de maná se colaba a través de la puerta entreabierta, azulada y fría, velaba el rostro del elfo que pendía de las gruesas cadenas, apenas bañado por esa luz nebulosa e irreal. Las botas de acero de Selin golpeaban el suelo en cada paso que daba mientras masticaba su furia, paseándose en la reducida estancia ante el prisionero que le observaba a través de una cortina de cabellos rojos como el fuego:

- ¡Necio!. Te estoy ofreciendo la libertad, Lazhar.

El silencio, y solo la mirada encendida del elfo clavándose en él, retándole. No era un juego, no eran niños, por primera vez no era él el que se metía en problemas, no era su hermano el que acudía a rescatarle. Él estaba intentando rescatar a Lazhar, llevaba días intentándolo, desde que acudió a él con la verdad que ya conocía, la verdad que no debía salir de los muros del palacio que protegían. No podía tolerar que saliese de allí con aquella información, no podía tolerar que no permaneciese a su lado, era su deber como siervo del Pastor, como hermano de su hermano.

- Ni siquiera entiendes lo que ocurre a tu alrededor. ¡Esta es nuestra salvación!... la salvación de toda la raza, Lazhar… seremos héroes, podemos serlo. Juntos, Lazhar.

Aquella mirada volvió a golpearle. La ira se le acumuló en la sangre, la sentía hervir cuando se abalanzó contra el soldado y cerro la mano como una garra en su rostro. Estaba indefenso, toda la fuerza que atesoraba el enorme cuerpo de su hermano no le servía de nada ahora, a pesar de ser el más fuerte, el mayor, siempre había quedado atrás, medrando en su sombra y aprovechando su impulso para avanzar. Le odiaba, le despreciaba y eso hacía más amarga la incapacidad para desenfundar la espada y ensartarle. Nadie le echaría de menos y Selin nunca aceptaría que sería el único en hacerlo.

- Un nuevo amanecer…- Murmuró, con los ojos encendidos de un extraño fuego glauco. Le obligó a abrir la boca y su voz se tornó ansiosa al acercar a ella un vial que brillaba con la misma intensidad y color que sus ojos.- Nadie podrá tocarnos de nuevo, hermano. ¡Nadie!. Acepta el don…

Vertió el contenido incandescente sobre los dientes apretados, respirando con dificultad. El prisionero se arqueó, gruñó y escupió el líquido en el rostro de Selin, que se estremeció de rabia y ansiedad y descargó un revés en el rostro anguloso del elfo. De nuevo el silencio cuando el prisionero dejó caer la cabeza y tiró lentamente de las cadenas, aun escupía sobre el suelo los restos del enfermizo brebaje, convulso.

- Silencio es lo que quieres…- Murmuró Selin apretando los dientes, respirando entre ellos en un resuello enfermizo. – Silencio es lo que tendrás.


El grito se ahogó en un gorgoteo cuando Selin cerró la puerta tras de si y se lamió la mano ensangrentada, con un repentino brillo satisfecho en la mirada. El guardián de la celda mantenía la mirada fija en el frente y la espalda erguida, si fue consciente del gesto del elfo no lo expresó de ninguna manera, limitándose a esperar las órdenes de su superior.

- Trae a un sacerdote. Que sanen sus heridas. – El guardián se cuadró y saludó con el arma de asta en la mano, ya se alejaba unos pasos por el pasillo cuando la voz de Selin volvió a sonar, como una sentencia.- Le quiero vivo.